Análisis de Saints Row – Una cápsula del tiempo con los cambios justos para funcionar

Decir que Saints Row ha vivido siempre a la sombra de GTA sería una explicación muy sencilla, pero no del todo incorrecta. Al menos sus dos primeras partes copiaban la fórmula sin ningún tipo de pudor, y en mundo donde el género del mundo abierto unido a pandilleros y mafiosos había probado ser extraordinariamente lucrativo, Volition se sumó al carro con dos obras que se atrevían incluso a compararse con el gigante de Rockstar, dando a entender que podías elegir entre el “aburrido rey del género” o el “sorprendente y loco título alternativo”. Una jugada arriesgada que salió bastante bien a nivel de ventas, pero que no llegó a hacerse hueco en la gente hasta la llegada del tercer título: un juego muchísimo más cabestro, desenfadado, bobo e infantil de lo que el estudio neoyorquino podría haber imaginado nunca.

A partir de ese momento, la saga diverge totalmente de sus competidores y se convirtió en, simplemente, otra cosa. 2013, año en el que salió la cuarta entrega, suena lo bastante lejos como para entender por qué dos juegos con un humor basado en chistes de pedos, pitos, culos y críticas a la sociedad americana con la sutileza de una patada en los huevos -literalmente- llegaron tan lejos. Parte tiene que ver con esa sensación continua de “a ver qué burrada hacen después”, una sensación estúpida pero totalmente lícita en la que yo mismo caí, y que me lleva a pensar en Saints Row como una saga a la que, con sus más y sus menos, le tengo cierto cariño.

Pero el tiempo pasa, y al igual que las cabinas de teléfono o las BlackBerry, hay que saber cuándo pasó tu momento. Volition lo sabe, y como prueba, está el hecho de que este Saints Row venga sin un cinco o un subtítulo pegado al nombre. Incluso ellos, adalides de lo políticamente incorrecto, se han dado cuenta de que las sensibilidades de esta década no casan exactamente con manejar un arma con forma de dildo gigante, y por eso han optado por reiniciar toda la saga en vez de publicar una continuación que traicionara lo que hace más de diez años la hizo diferente y, en ese momento específico, también interesante. No más Johnny Gat y su legión de acólitos, y no más Steelport como marco para nuestras aventuras. Saints Row coge sus maletas y se va al suroeste de los Estados Unidos, a la ficticia ciudad de Santo Ileso: una clara parodia del estado de Texas, con clara influencia latina dentro de su sociedad y paisajes desérticos por doquier que adornan un mapa mucho más contenido de lo que acostumbra el género.

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