Análisis de Call of Duty: Vanguard – Los modos multijugador sustentan un título que en su campaña podría haber dado mucho más de sí

Aunque a algunos les cueste reconocerlo, a todos nos viene bien una pequeña dosis de certeza en nuestras vidas. Saber que el Sol va a estar ahí cada mañana, que nuestro bar de confianza tendrá café o que da igual lo que hagamos que nunca estaremos sincronizados con el transporte público son verdades universales que apaciguan nuestra mente en tiempos de zozobra. Otra de esas certezas inmutables es, claro, que todos los años hay un Call Of Duty. Y algunos, si te descuidas, dos, porque entre remasters, versiones para móviles y juegos free-to-play es complicado estar al tanto de todos los títulos que esta infatigable saga ha puesto a disposición del público. Sin embargo, la entrega que nunca falla, la realidad que da paz a nuestras inquietas mentes videojuerguistas, es la que aparece en torno a comienzos de cada noviembre, asaltando las consolas y el PC. Pero esta vez volvemos a enfrentarnos a las fuerzas del Eje; vuelven las trincheras, los gritos en ruso, japonés y alemán, a refugiarnos del fuego de artillería y a presenciar como las Thompson escupen balas del calibre .45. Y nosotros, como siempre, estaremos a la vanguardia.

Desarrollado principalmente por Sledgehammer – con la inestimable colaboración de estudios como High Noon, Beenox o Raven, entre otros -, Call of Duty: Vanguard es, como ya se ha apuntado, el enésimo FPS basado en la Segunda Guerra Mundial. Si bien hay ambientaciones sobre las que se ha profundizado mucho menos – qué duda cabe -, todavía hay terreno por explorar en un conflicto que involucró a multitud de naciones en no pocos teatros de operaciones. De ahí que, en el caso de CoD: Vanguard, el enfoque de su breve – brevísima – campaña haya variado ligeramente. Alertados por la existencia del Proyecto Fénix, un plan ÜberTop Secret de una facción Nazi, los aliados crean un equipo plurinacional de operadores de élite que se infiltrará tras las líneas enemigas para recabar inteligencia, crear caos y confusión y, en medio de todo ello, escapar airosamente con la preciada inteligencia enemiga. Por desgracia y como de costumbre, todos los planes parecen infalibles hasta que se confrontan con la realidad, por lo que nuestro equipo de comandos acaba capturado y a merced de las SS. Es a partir de ahí cuando la estructura narrativa del grueso de la campaña se hace evidente, convirtiéndose en una suerte de «quiénes somos y cómo llegamos a serlo» que se intercala con la consecución del objetivo actual: impedir que el Proyecto Fénix llegue a buen puerto.

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