Análisis de Paradise Lost – Rascando la superficie de una premisa que podría haber dado mucho más de sí

Del mismo modo que empleo con alegría y desenfreno la etiqueta «metroidvania» – y con un punto adicional de perversa satisfacción desde que algún pollopera sentenció que deberíamos dejar de usarla – odio con todas mis fuerzas el término «walking simulator«. Pero no al género, cuidado. De cuando en cuando, agradezco profundamente sumergirme en mundos cuidadosamente construidos para que la historia lleve la voz cantante. Pero de ahí a considerar que «simulan el walking» media un abismo. Y aún así, lo que ha sucedido con este término – al igual que con muchas otras etiquetas culturales – es que, pese a unos orígenes un tanto difamatorios, ha ido ganando tracción porque es más fácil emplear una construcción de dos palabras que, pongamos, «juegos cuyos principales activos son la narrativa y la historia aunque puedan contar con ciertas mecánicas que no serán el eje principal de la experiencia». No termino de verlo como etiqueta en Steam, la verdad. Así que no nos queda más remedio que seguir usando el terminito de marras y encajonar a Paradise Lost dentro de los márgenes del walking simulator. Mal que me pese.

Queda claro, entonces, que el título de Polyamorous Games se aleja de campos de batalla repletos de adrenalina para presentar una historia que se deshilvanará de forma mucho más sosegada e invitará a la reflexión. Y pocas ambientaciones hay tan interesantes como la distopía que Paradise Lost sitúa como telón de fondo a la búsqueda que emprende su protagonista, Szymon. Sin haber alcanzado aún la adolescencia, este jovencito polaco abandona la seguridad de su hogar para averiguar quién es el hombre que acompaña a su madre en una misteriosa fotografía y dónde se tomó esa instantánea. Atravesando el duro clima polaco, Szymon pronto descubrirá su objetivo: un búnker nazi cuya silenciosa entrada es incapaz de presagiar lo que le espera bajo la superficie.

Gran parte de nuestra fascinación frente a lo que nos espera dentro de ese búnker vendrá dada por el fantástico apartado artístico de Paradise Lost. No es, desde luego, un título colorista o alegre -más bien al contrario- sino que sus principales virtudes radican en mostrar unos escenarios cautivadores y poseer una dirección de arte impecable. Y es precisamente la inteligencia de esa dirección la que hace que Paradise Lost pase de tener buenas ideas visuales a dar en el clavo con ellas, pues sabe en qué momentos conviene transmitir espiritualidad, emplear construcciones faraónicas, pinceladas de color o reforzar una perspectiva utilitarista sobre el mundo que estamos observando. Así, el mundo de Paradise Lost contiene muchas visiones ejecutadas con pulso firme sólo lastradas, en ocasiones, por un rendimiento irregular, con streamings de texturas en cascada y la aparición de artefactos en el renderizado. El apartado sonoro no está, por otra parte, a la altura del visual, con unos efectos sencillos y sin estridencias y una música melancólica que intenta reforzar los momentos dramáticos pero que no resulta memorable en absoluto. Aun y así, es el doblaje el aspecto que se lleva la peor parte. Paradise Lost es un juego en el que gran parte de su narrativa es soportada por los intercambios entre personajes y, en ciertos momentos, la actuación se percibe como un tanto fría.

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