Análisis de The Legend of Zelda: Skyward Sword HD – Un juego soberbio que no tiene la culpa de nada

Ocurre a las pocas horas de comenzar, cuando todavía estamos familiarizándonos con los controles, en esas horas en las que todo es mágico. El protagonista es el de siempre, un chico espigado e inquieto, audaz, completamente vestido de verde, y la escena os sonará seguro porque la hemos vivido mil veces. Frente a nosotros, clavada en la piedra hasta el guardamano, la espada maestra nos señala como el elegido, y solo resta elevarla hacia el cielo para recibir la bendición de la diosa. Y por eso Skyward Sword es especial. Porque la historia del videojuego es una historia de compromisos, de capitulaciones, de fantasías recreadas con cuatro texturas planas y de la imaginación rellenando los huecos de una simulación a medias, pero esta vez todo sucedió de verdad. Esta vez asimos la espada con ambas manos, la liberamos suavemente con un movimiento vertical y sentimos ese cosquilleo de energía pura recorrer nuestro brazo al alzarla con orgullo hacia arriba. Esta vez levantamos la espada, y no nos limitamos a pulsar «A». No es sencillo legitimar de un plumazo un hardware, una plataforma de sobremesa y una alternativa de control tan polémica como la detección de movimientos, pero este Zelda lo consiguió. Los videojuegos son esto. O al menos deberían aspirar a serlo.

Siendo cierto que creo que hay pocos momentos más significativos en la historia del videojuego reciente, creo que sería injusto reducir a ese pasaje de magia e ilusión pura las credenciales de una entrega que de un modo u otro siempre ha estado en el centro de la polémica, aunque jugándolo cueste tanto entender el por qué. Como Zelda tridimensional, como colección de mazmorras, de cachivaches y sobre todo de recuerdos, Skyward Sword ya sería excelente si se limitase a jugar seguro, si sus expectativas hubieran sido más manejables. No lo eran. Con Skyward Sword Nintendo quería reivindicarse, sí, quería dar validez a una idea que había quedado sepultada bajo toneladas de shovelware y quería gritar «os lo dije», pero también quería hacer algo más importante: seguir mirando al futuro, y plantar las bases del mejor videojuego de todos los tiempos. Skyward Sword, y esa es la mayor sorpresa que deja jugarlo en 2021, es ante todo un embrión de Breath of the Wild, y un enlace entre lo nuevo y lo viejo. Se llama «Skyward Sword», pero no hubiera ido mal que se llamase «a Link to the Past».

Profundizaremos en ello, pero creo que lo justo es comenzar por los méritos que le son propios, y por los tres grandes hallazgos que, a modo de su particular trifuerza, le hacen hoy tan relevante como diría que incomprendido en su día. Y por sensaciones, por posibilidades, y por su manera de capturar la magia de la franquicia y nuestras infancias enteras cual hada en un pequeño frasco, el primero tiene que ser el control. Skyward Sword es la Wii, es el control por movimiento, es la demostración de que Nintendo tenía razón, y antes que todo eso es una tormenta de ideas que sigue con respeto reverencial el precepto más básico en los documentos de diseño de la compañía: si una idea es buena utilízala unos minutos y tírala a la basura para dejar espacio a otra mejor todavía.

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