Cuanto más complejo es un sistema más caótico resulta. Esto, que resulta completamente razonable cuando lo pensamos un momento, es algo que no aceptamos en nuestro día a día. Cuando nos quejamos de las pésimas decisiones políticas de nuestro gobierno, cuando creemos que nosotros podríamos solucionar todos los problemas de nuestro país o nuestro barrio con un par de decretos bien lanzados, no estamos teniendo en cuenta exactamente eso: cuanto más complejo es un sistema, más imprevisibles son las consecuencias de cualquier acción que tomemos. Por eso, en política, se toman decisiones con mucha lentitud. Financiando muchos estudios. Haciendo infinidad de pruebas. Porque lo que es efectivo en el mundo de las ideas, e incluso lo que funciona a la perfección en el vacío, puede generar situaciones potencialmente catastróficas cuando se introduce en un sistema que lleva ya siglos funcionando como lo es el de un estado nación.
Si alguien sabe de simuladores de sistemas complejos esos son Paradox. Todos sus juegos consisten en microgestionar estados, tanto sus relaciones nacionales como las internacionales, a lo largo de largos periodos de tiempo. Con juegos situados ya en prácticamente la totalidad de la historia de la humanidad, cubriendo desde la Antigua Roma (Imperator: Rome) hasta el futuro lejano (Stellaris), sus producciones resultan fascinantes por su minuciosidad y por cómo nos obligan a avanzar lentamente, meditando cada jugada, en tanto juega con una serie de sistemas donde es muy fácil desencadenar situaciones donde es imposible encontrar cuál fue la decisión exacta que comenzó esa normalmente desafortunada cascada de consecuencias.
A fin de cuentas, en todos los juegos de Paradox empezamos con una nación que lleva existiendo varias décadas, cuando no varios siglos, y cuyos principios básicos de organización y subsistencia están ya más que definidos. Eso significa que, primero de todo, tenemos que comprender el funcionamiento interno del sistema, después, el funcionamiento interno de la geopolítica internacional y sus relaciones de poder, y, solo entonces, podemos empezar a sentir que sabemos lo que estamos haciendo realmente. Que podemos gestionar el destino de un país, y quizás del mundo, doblegando la historia ante nuestra prodigiosa capacidad de gestión. Ayudados porque, a diferencia de en la realidad, aquí no tenemos que rendir cuentas ante casi nadie para ampliar el sistema de cultivo de nuestro país.