Avance de Gran Turismo 7

Kazunori Yamauchi es un tío muy peculiar. Su ademán es tranquilo, sus formas son siempre impecablemente correctas incluso para lo que se estila entre japoneses y su actitud a medio camino entre el sosiego y el entusiasmo es la de un tipo que jamás ha querido el protagonismo, porque sus protagonistas son otros. Es su juego, sin duda, y verlo sentado en mitad de una nave vacía respondiendo preguntas de la prensa a través de una frugal videoconferencia da un poquito de rabia, porque se nota que le hubiera gustado estrechar manos, compartir impresiones y sobre todo ver jugar a la gente. Se le nota orgulloso, como digo, pero también preocupado, porque la verdadera niña de sus ojos siempre han sido los coches. Los coches como experiencia, como cultura, como una pasión que cree que se está perdiendo y que considera su misión defender. Yamauchi no es una estrella del rock, sino simplemente un tipo que ama lo que hace, y quizá por eso transmite esa confianza: aunque su trabajo sea diseñar juegos de coches, es de los pocos desarrolladores que no parecen intentar venderte una moto.

Gran Turismo 7 es, como lo han sido todos los que llegaron antes que él, ante todo una carta de amor a lo que su creador considera el ingenio mecánico más fascinante que ha ideado la humanidad, y por amor a veces se hacen locuras. Si comienzo hablando de ellas es porque es precisamente esa atención al detalle y esas ganas de ir más allá, de caminar una milla extra, las que convierten a Gran Turismo en un producto especial, aunque viniendo de otra persona sería muy fácil confundirlas con bravuconadas. Es lo que sucede, por ejemplo, al escuchar a Yamauchi hablar durante varios minutos del ciclo del agua, interrumpiendo su presentación a puerta cerrada para explicarle a los presentes cómo se forman las nubes, cómo el calor atrapado en la atmósfera hace que la humedad del océano gane altitud, cómo funcionan la corrientes de aire. A dónde quería llegar lo comprobamos instantes después, cuando presenta una simulación que comprende todos estos factores amén de la localización geográfica, la temperatura y la hora del día para que los cielos del mediodía en Japón no sean los mismos que los atardeceres californianos.

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