Análisis de Super Monkey Ball: Banana Mania – Un remake solvente que plantea más de lo mismo, para bien y para mal

Mitad maniobra publicitaria, mitad genialidad de diseño, Super Monkey Ball ha vivido veinticinco años gracias a un pequeño detalle sencillo. Si en lugar de mover el personaje principal, como en todos los otros juegos de habilidad y plataformas, lo que nosotros manejábamos era el propio mapa, se creaban un millón de dinámicas diferentes y muy frescas que cambiaban por completo la manera en la que nos aproximábamos al videojuego. No sé cuántos títulos de la saga he jugado – ¿quizás prácticamente todos? – pero el primer nivel siempre me acaba sacando una sonrisa. Inclinas el mapa y tu monete, en equilibrio precario sobre su bola, se desliza hacia la meta.

Super Monkey Ball: Banana Mania es, en más de un sentido, una oda a ese sentimiento de que, a pesar de que tú tienes el control sobre la situación, cualquier paso en falso podría tirar todo al traste. Y eso hace que, aunque siempre haya tiempo de hacer el mono – perdón – casi siempre afrontemos los niveles desconocidos con mucho cuidado. Sus trescientas fases están cogidas directamente de Super Monkey Ball Banana Mania Deluxe, que es, a su vez, una recopilación de los niveles de Super Monkey Ball y Super Monkey Ball 2, que salieron, respectivamente, en 2001 y 2002 para la Nintendo GameCube. Algunas de ellas, eso sí, adaptan levemente el control o la topografía para ser más accesibles. Aún así, no os engañéis: el juego es notablemente más difícil de cómo lo recordábamos, y a pesar de que pueda parecer tentador pegarle el sello de «juego para niños» en la portada, puede haber fases que nos causen niveles de frustración razonablemente elevados. Da igual: cuando alcanzamos la línea de meta después de cincuenta intentos, y con un tiempo razonablemente bueno, besaríamos al monete en la cara.

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