Como tantos otros, supongo, conocí al capitán Olimar y a los Pikmin por primera vez a través de Super Smash Bros. Brawl; y me imagino, también, que no sería la única en interpretar a estas pequeñas criaturas cabezonas y con voces chillonas como otras de tantas mascotillas emblemáticas que encabezan las sagas de Nintendo. A pesar de que podría enzarzarme en discusiones eternas con cualquiera que osase cuestionar el diseño de los Pikmin amarillos – mis favoritos – tengo que reconocer que no creo que sean tan carismáticos como Kirby o el propio Mario; pero sí creo que, en esencia, funcionarían igual de bien que cualquier otro de los titanes de la empresa japonesa si estuviesen serigrafiados en una camiseta o en una taza encima de mi escritorio. Pensar en los Pikmin como mascotas, sin embargo, parece contraintuitivo una vez que nos acercamos a cualquiera de los juegos de la saga. Si llevamos décadas ayudando a Mario a salvar a Peach o ayudando a Link a salvar el mundo, en Pikmin son estas pequeñas criaturas las que nos ayudan a nosotros. Qué diferencia más sutil, y qué importante, también.
La leyenda popular dice que a Miyamoto se le ocurrió la idea de crear la saga Pikmin tras ver a una hilera de hormiguitas paseando por su jardín; se le ocurrió lo extraño y distinto que debía verse todo desde allí abajo. Otros dicen que fue el propio cuidado de sus plantas lo que le inspiró a hacer un juego sobre cultivar pequeños seres. Conforme los niños que recibieron aquel primer Pikmin (2001) de GameCube con ojos brillantes y probablemente manchas de ganchitos en los pulgares han ido creciendo, también se ha hecho más común otra interpretación: que Pikmin va, en el fondo, de ser padre. Una lectura bastante evidente si lo piensas: el núcleo del juego consiste en plantar criaturas, cuidarlas hasta que crecen, guiarlas a través de los retos que se les – nos – ponen por delante e intentar que no caigan víctimas de nuestros propios errores. Hay un poquito de todas estas cosas en este Pikmin 3, un juego mucho más maduro que sus predecesores y quizás por eso también menos experimental, pero que no tiene miedo a ser juguetón cuando toca.
Una de las cosas más llamativas, de entrada, es que no vemos a Olimar por ninguna parte. En lugar de eso, manejaremos a Alph, Charlie y Brittany, procedentes de Hocotate – el planeta de procedencia de los alienígenas de esta serie – que han viajado a la Tierra en busca de víveres para su planeta de procedencia, en el que la comida escasea. En medio de la expedición, la nave se avería y sus tripulantes acaban desperdigados por distintas partes del planeta. Así, al principio la historia transcurrirá en lugares separados, en los que interpretaremos a cada personaje, conforme se van encontrando distintos tipos de Pikmin que les ayudan, claro, a acabar reencontrándose. La tradicional cuenta atrás de la serie es esta vez más permisiva que nunca, permitiéndonos avanzar libremente los días siempre y cuando tengamos provisiones suficientes para cenar esa noche. Cada día consumirá una unidad de provisiones, y obtendremos un número variable de estas conforme vayamos encontrando frutas y consiguiendo que los Pikmins las lleven de vuelta hasta nuestra nave. Así, habrá dos tareas principales que tendremos que resolver en cada día y cada nivel: por un lado, derrotar los enemigos y resolver los puzzles que nos permitirán avanzar hasta nuestra meta narrativa, y por otro, conseguir frutas que hagan que podamos llenar el estómago al final del día. Los días dentro del juego son cortos – apenas unos veinte minutos cada uno, diría – pero cunden lo suficiente como para que siempre sintamos que hemos progresado al menos un poquito antes de volvernos a la nave.