Voy a saltarme la estructura que suelo emplear en los análisis para comenzar con casi una advertencia: si estás leyendo esto y no has jugado antes a Deadly Premonition, es probable que no te vayas a querer acercar a su secuela ni con un palo. Es un título que en lo técnico raya en lo injugable, con caídas dramáticas de frame-rate pueden llegar a marear, unos exteriores vacíos con pop-in y texturas dignas de un título de PlayStation 2, un control terrible, desajustes en los niveles de audio, bugs en combates críticos y así podría continuar durante varios párrafos.
Si has jugado a Deadly Premonition, lo más probable es que todo esto sea exactamente lo que esperabas.
La obra de Hidetaka «Swery» Suehiro, que cumplió recientemente una década, atenta contra todo lo que el videojuego mainstream pretende lograr: es tosco, feo, incómodo y extravagante. Parece impensable que encontrase un hueco, aunque fuese de nicho, en el mercado actual. Me cuesta explicar qué le veo a este juego porque yo mismo soy consciente de que, bajo el criterio que solemos aplicar para los análisis, es un completo desastre, pero también es un juego que me encanta y que no me he quitado de la cabeza en todo este tiempo, mientras que otros títulos de mejor factura han pasado de largo por mi memoria.