
En la sesión de presentación de It Takes Two, tuvimos un pequeño espacio de preguntas y respuestas con el director de Hazelight y del juego, Josef Fares. Un periodista – no recuerdo tu nombre, pero que Dios te bendiga – le cuestionó algo muy concreto que le hizo reír: ¿a cuántas sesiones de terapia de pareja equivaldría jugar a It Takes Two?
Su respuesta fue algo así como: «si suponemos que cada sesión dura una hora, y el juego alrededor de catorce, digamos que serían catorce sesiones de terapia.»
Era un chiste, y todos lo recibimos como tal, pero mientras jugaba a It Takes Two con mi pareja no podía evitar pensar en cuánto había de cierto, sin querer, en la afirmación. El juego parte de una premisa muy sencilla, casi pueril: interpretamos a una pareja formada por un hombre y una mujer a punto de divorciarse, que tienen una hija que no se ha tomado bien esta información, y quiere impedirlo acudiendo a un libro de autoayuda. Mediante sus lágrimas de frustración, un par de muñecos creados a mano y un poco de magia inexplicable, al estilo Disney, el libro – cuyas expresiones faciales están capturadas de las del propio Fares, si bien él no le pone la voz – convierte a los dos ex-tortolitos en pequeños monigotes de arcilla y madera, y les hace recorrer una versión fantasiosa de su casa, su jardín y su sótano (al menos, que nosotros hayamos visto de momento) donde tendrán que enfrentarse juntos a distintas situaciones alocadas y relacionadas con sus recuerdos y sus conflictos personales. El argumento es que, si son capaces de cooperar para superar todos estos retos, aprenderán a quererse de nuevo, harán felices a su hija, y vivirán felices y comerán perdices.