Edward Said entendía por orientalismo la exageración que se hacía de los rasgos culturales de Asia y la supuesta inferioridad que estos reflejaban con respecto de la cultura occidental. Esto ha llevado a pensar que el orientalismo es siempre un prejuicio que señala aspectos para hacerlos ridículos e inferiores, pero eso no es así. En ocasiones, el orientalismo señala aspectos como positivos solo para convertirlos en alienígenas, para demarcar la otredad del oriente, el hecho de que esas personas son completamente diferente de nosotros. El ejemplo más claro de esto son las artes marciales.
Desde Occidente las artes marciales se ven como algo místico. Con toda una filosofía de la no agresión, de la armonía y el pensamiento comunitario sobre la individualidad, se les ha investido siempre de un carácter esotérico difícil de aprehender – algo que, en la propia China, no tiene ni remotamente esa consideración. De ese modo, se ha pretendido comunicar una idea específica de los países con los que asociamos las artes marciales: son espirituales y además, tienen una actitud servil y poco dada a la violencia, incluso cuando hablamos de hacer uso de la misma. Esto puede sonar como un halago, pero acaba sonando como la confirmación de la inferioridad de todo un continente, anclado en ideas infantiles sobre la mística, con respecto de la racionalidad occidental, que reconoce la auténtica verdad científica.