Análisis de Pokémon Espada y Escudo

Si habéis jugado cualquiera de las entregas de la saga Pokémon, probablemente la siguiente escena os suene familiar. Después de obtener vuestros Pokémon iniciales, las criaturas que os acompañarán contra viento y marea en la aventura que tenéis por delante, vuestro rival – un chaval inquieto y lleno de energía que arde en deseos de llegar a ser el mejor que habrá jamás – os reta a una pelea. Siempre he pensado que estos combates introductorios son una pésima introducción al juego: un Pokémon contra otro Pokémon, con el resultado del combate dependiendo únicamente de que uno de los dos ataque más rápido que el otro, de que la no-demasiado-inteligente inteligencia artificial falle un turno e incline la balanza a nuestro favor. En el primer combate de Pokémon Espada y Escudo, nuestro rival no tiene un Pokémon sino dos: el Wooloo que le acompaña desde el primer momento de la historia y el inicial que haya escogido, que será del tipo desfavorable al nuestro porque al chiquillo, aparentemente, le van los retos. Nuestro Pokémon – en mi caso, Sobble – utilizará su escaso set de movimientos para alzarse con una victoria contra la oveja, y cuando esto suceda, como por arte de magia, ganaremos la cantidad exacta de experiencia necesaria para subir un nivel. A ese nivel, nuestro Pokémon aprende el primer movimiento del tipo al que pertenece: mi Sobble adquirió un flamante pistola agua que utilizar, ahora sí, contra el Scorbunny de mi oponente, con el que acabó de un sólo plumazo gracias a la ventaja que el ataque le concedía.

Deciros que el pequeñísimo tutorial que llevamos teniendo al principio de cada juego desde la primerísima entrega de la saga ha sufrido un cambio de diseño que, si bien casi ínfimo, hace que sus mecánicas se entiendan mucho mejor, es una tontería y al mismo tiempo no lo es en absoluto. Llevábamos años con un Pokémon demasiado pendiente de la carga a sus espaldas, uno que tenía miedo de romper con sus propias convenciones por si desprenderse de las que habían sido en algún momento sus señas de identidad le volvía irreconocible. Espada y Escudo, como si el salto de plataforma les hubiese hecho mirar todo con ojos nuevos, entiende que el hecho de que las cosas hayan sido siempre así no es una excusa válida para oponerse al progreso, y decide ser rupturista con pequeños detalles que individualmente parecen de escasa importancia, pero que cuando se ponen juntos marcan toda la diferencia.

Tampoco vamos a darle al juego más palmadas en la espalda de las necesarias: la verdad es que no deja de ser una continuación del movimiento de renovación que ya ocurrió en Pokémon Sol y Luna. Si Sol y Luna mojaban el pie en el agua para ver si estaba fría, Espada y Escudo se lanzan a la piscina con gafas, aletas y sin flotador, y todos y cada uno de sus momentos de brillantez vienen de la mano de la imaginación desbordante con la que sabe reinventarse, de la alegría absoluta con la que celebra lo que ya estaba bien de base, y de los cientos de toneladas de cariño que vuelca encima del jugador que lleva aquí viéndole crecer toda la vida.

Leer más…

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *