
Lo hemos escuchado un millón de veces: los videojuegos son un medio tan extraordiario porque son una herramienta muy útil para la empatía. Cuando jugamos nos ponemos en los zapatos de alguien o algo totalmente diferente a nosotros, y sus reglas y sus perspectivas pasan a ser las nuestras. Pero casi siempre estos protagonistas son, de alguna manera, versiones hipervitaminadas de nosotros mismos: fantasías de poder o de lo que haríamos si hubiésemos nacido distinto, si el mundo fuese diferente, si la realidad fuese un poco más rara o un poco más divertida. En pocas ocasiones encontramos videojuegos que se centren, precisamente, en obligarnos a empatizar con alguien que no somos, ni queremos ser, o cuyas circunstancias ni siquiera llegamos a entender del todo.
Adios es un juego sobre un granjero de cerdos que tiene un pacto con la mafia: a cambio de dinero, él les permitirá utilizar a sus animales para deshacerse de sus cadáveres. Un día, decide poner fin a esa relación, a sabiendas de que eso probablemente significará que acaben asesinándole con él para silenciarle. Nosotros experimentamos el momento en el que el granjero – ¿nosotros? – se reúne con su contacto en la mafia para explicarle que quiere acabar con el trato.
El juego dura alrededor de una hora y media, y casi todo se sucede en la misma ubicación: la granja en la que nuestro protagonista vive, escenario de tragedias y, simultáneamente, pequeña visión de lo que podría ser si las cosas hubiesen salido de otra manera. Nos sumergiremos un poco en ese pedazo de vida rural – a veces solos, y a veces acompañados – mientras esa persona a la que interpretamos, y de la que no sabemos apenas nada, intenta llegar a términos con las decisiones que ha tomado en el pasado y con el paso hacia delante que piensa dar ahora mismo.