Análisis de Armored Core VI: Fires of Rubicon – Una sexta entrega a la que no podría importarle menos que no hayas jugado a los anteriores

Has vuelto a fracasar otra vez. Ya son muchas. Demasiadas. Pensabas que en esta ocasión sería diferente, porque esta vez has sido obediente. Disciplinado, incluso. Has hecho los deberes, y no te has limitado a cargar de cabeza con los ojos hinchados de frustración como en los diez, veinte, treinta intentos anteriores. Sacando paciencia de donde cuesta encontrarla cuando estás así de desesperado te has tragado el orgullo y has regresado con la cabeza gacha al taller, para revisar pieza a pieza un diseño que por fuerza ha de ser el problema, porque la alternativa es que el problema seas tú. Has repasado el coste energético de los impulsores, el empuje vertical de ese nuevo tren inferior y el rango de eficiencia del computador de guiado de proyectiles, y has regresado al combate con una nueva estrategia y algo parecido a la esperanza. Menos peso. Más movilidad. Más recortes. Donde la fuerza bruta no sirve tendrá que hacerlo la esquiva y la agilidad, y un ingenio apenas blindado que de pronto te hace sonreír, porque conoces bien esta sensación. Es la confianza en ti mismo. En tu habilidad, en tus reflejos, sin excusas ni armaduras pesadas ni intermediarios. Este es el camino. Siempre lo ha sido. Va a caer. Casi puedes saborear la euforia.

Apenas veinte segundos después tu nuevo diseño es una chatarra humeante en el suelo, y la barra de vida de tu contrincante apenas ha descendido un palmo. Arrojas el mando al suelo enfermo de rabia, y alcanzas el teléfono móvil. Gente, me rindo. No puedo más. Creo que no va a haber análisis.

Son las cuatro y media de la mañana.

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