No quisiera yo herir sensibilidades entre la bancada merengue, pero cualquier aficionado al fútbol comedia me reconocerá que el culebrón Mbappé ha sido uno de los circos mediáticos más desternillantes de los últimos tiempos. Insisto en lo de mediático porque entiendo que la herida es reciente, y porque sin ser yo nada de eso comprendo y respeto el dolor de una afición madridista a la que sus medios afines llevaban poniendo la cabeza como un bombo durante demasiado tiempo y con demasiada poca vergüenza: cómics, karaokes, llamadas del presi en directo, tic tac, tic tac, tic tac… Un papelón muy difícil de justificar cuando la cosa acaba saliendo rana, y un proceso de duelo y recogida de cable que cristalizaba cuando el bueno de Kylian, el niño prodigio, el elegido del fútbol, el mismo chaval de veintitrés años al que ellos mismos llevaban un par de años elevando a los altares del deporte rey, colaba tres chicharrazos el mísmo día que se hacía efectiva su renovación con el PSG. El despecho es una cosa muy jodida de manejar, y a veces cuesta mantener las formas.
Creo que la víctima del triplete fue el Metz, pero tanto hubiera dado si se tratase del Mónaco o el Toulouse. La cuestión es que eran franceses. Y los franceses, como todo el mundo sabe, son un atajo de mantas. Especialmente si son defensas, y si toca hacer de menos los méritos de la muchacha que te ha hecho la cobra en la discoteca. Ahora resultaba que el chico era una medianía, que los hat trick los regalan cuando cruzas los Pirineos, y que estamos mejor sin él. Bueno.
Tuve un amigo que se hubiera reído a gusto con todo esto.