Análisis de Necromunda: Underhive Wars – Estrategia por turnos en las oscuras ciudades del universo Warhammer 40K

De Warhammer 40,000 lo primero que llama la atención son los coloridos diseños de los Marines Espaciales, el eterno conflicto en el que están sumidos o las múltiples facciones que asolan a la Humanidad en un campo de batalla eternamente sediento de almas y munición. Lógico, porque quién iba a detenerse a pensar en estructuras administrativas, organizaciones sociales y demás preocupaciones más propias de un mundo como el nuestro teniendo delante a monjes guerreros del espacio enfundados en armaduras gigantes de colorines. Pues la propia Games Workshop, quién si no, que respondió a esa cuestión con un contundente «si en el cuadragésimo primer milenio sólo hay guerra, en sus ciudades lo mismo, pero a menor escala. Y con crestas».

De esa respuesta nació el juego de mesa Necromunda, cuya adaptación a videojuego, Necromunda: Underhive Wars, nos llega de la mano de Rogue Factor para sumergirnos en el tenebroso mundo de las ciudades colmena. Estos gargantuescos espantos arquitectónicos, que se elevan varios kilómetros sobre las superficies de sus planetas, son piezas clave en la logística del Imperio de la Humanidad. En sus forjas se fabrican sin descanso tanto munición como armamento y, en algunos casos, su población también aporta tropas a la Guardia Imperial y los Marines Espaciales. Pero bajo esta fachada de orden y propósito, en sus estratos más bajos reinan la polución, el caos y el crimen y, en la propia ciudad colmena, son las distintas casas las que imponen el orden a base de plomo y violencia mientras en los pisos superiores los regentes les observan con desdén. En torno a este halagüeño contexto se desarrolla la campaña para un jugador de este Underhive Wars, un buen puñado de misiones en el que veremos como los pandilleros integrantes de las casas Escher, Goliath y Orlock emprenderán una mortal carrera contrarreloj por ver cuál de ellos consigue hacerse con el Arqueotech, una pieza de tecnología que puede que catapulte a los estratos superiores a quien la consiga.

Pero antes de profundizar en el desarrollo de la campaña y el gameplay de Necromunda, conviene, como siempre, dedicar un momento a revisar su apartado artístico. Desarrollado sobre el Unreal Engine 4, tanto el modelado de los personajes como de los escenarios es, simple y llanamente, soberbio. Underhive Wars capta a la perfección los ambientes industriales opresivos, toscos y en constante decadencia propios de las ciudades colmena, con unos pandilleros post-punk que aportan un chillón y colorido contrapunto. Y es que ver a un equipo de punkarrones desplazarse sobre unos ambientes dominados por el óxido y la corrosión mientras llevan unos histriónicos uniformes – por llamarlos de alguna manera – llenos de amarillos, rojos y azules es un contraste perfecto que otorga una identidad estética muy marcada a este título. Si a esto le añadimos el profundo respeto a la hora de representar elementos como el armamento o la simbología propia del universo de Warhammer 40K, la limpieza del HUD o la gran cantidad de elementos que hay a la hora de customizar a nuestros pandilleros, el resultado que arroja en su apartado visual no puede ser otro que sobresaliente. Sin embargo, su apartado sonoro no consigue rayar a la misma altura. Si bien es cierto que su doblaje es absolutamente impecable, no puede decirse lo mismo de aspectos como la banda sonora o los efectos de sonido, que cumplen con su propósito de acompañar a la acción o enfatizar las bajas y los disparos pero tampoco consiguen destacar especialmente.

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