Análisis de Sakuna: Of Rice And Ruin – Yokais con malas pulgas y una diosa guerrera se disputan a guantazo limpio una isla mágica llena de arrozales

Llega la Navidad – al menos al momento de escribir estas líneas – y todos sabemos lo que eso significa: Papá Noel, gente que se pone jerséis horripilantes, regalitos y, sobre todo, ponernos como El Tenazas en las cenas y comidas que se nos avecinan. Da igual que a la mesa se sienten ocho que ochenta, porque en todas estas citas las mesas reciben las mejores galas y la abundancia campa por sus respetos. Productos de la mar (el mero) y de la tierra (el cordero) compiten por la atención de unos comensales que se aflojan el cinturón antes incluso de que aparezcan los segundos platos o unos turrones a los que puede que alguien ya les haya cobrado los pertinentes aranceles – yo soy la autoridad aduanera de los dulces -. Estas pitanzas están muy bien, pero para que esos sabrosos alimentos lleguen a nuestra mesa, alguien ha tenido que volcar todo su esfuerzo en el sector primario para que nosotros podamos comerlos y disfrutar de los frutos de la Madre Tierra.

Y aunque no es ese el único aspecto en el que se centra Sakuna: Of Rice And Ruin, un alto porcentaje de sus mecánicas giran en torno a trabajar el campo – concretamente el cultivo del arroz – y a fortalecernos gracias a todo lo que obtendremos de él, ya sea de una forma literal o de una algo más espiritual.

Porque Sakuna, la protagonista que da nombre a este título desarrollado por Edelweiss, es una joven diosa que ha heredado las capacidades de sus mitológicos padres, convirtiéndose en una deidad que aúna las habilidades de la lucha y la cosecha. Semejante suma, en una diosa corriente, daría para sagas de leyenda, pero como Sakuna fue reconocida «princesa» desde su nacimiento se tira sus días haciendo el vago, atizándole a la botella y leyendo sus novelas favoritas. Por si fuera poco, cumple con sus cuotas de ofrenda de arroz a la suprema líder del panteón, Lady Kamuhitsuki, con los tributos que le conceden a ella, así que su abnegado familiar, Tama, se esfuerza en intentar motivarla con escaso éxito. La chispa que disparará la acción en este comodón contexto surge cuando un puñado de humanos expulsados del Reino de Yanato se cuelan en el reino de los dioses y Sakuna, al perseguirlos, acaba inmersa en un accidente que destruye todas las reservas de arroz de los dioses. A Lady Kamuhitsuki esto no le hace ni un pelo de gracia y, como castigo, destierra a todos los involucrados a la Isla Hinoe. A los humanos por humanos y a Sakuna para que aprenda, no sin antes advertirle que la Isla Hinoe está llena de demonios y que mejor la vaya conquistando para preparar unos buenos campos de cultivo, porque ese arroz destruido no se va a devolver sólo.

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