Llevo meses repitiéndolo: la única razón de ser de Nintendo Switch 2 era la potencia. Entiendo que parece un discurso aburrido, que centrarse en los numeritos suena gris y profundamente anti Nintendo y que lo natural es ponerse del lado diametralmente opuesto; del de la creatividad, del de las ideas, del de la importancia del carisma de tal saga o cual personaje frente a las grises especificaciones técnicas. Aquí lo bonito, y especialmente hablando de Switch y de la gran N, es afirmar que solo importan los juegos. Y es un discurso que firmaría encantado porque sin duda los juegos son el objetivo final, pero sucede que esas proclamas apasionadas y pelín populistas que igualan la potencia con el raytracing y otras tecnologías superfluas y prescindibles suelen olvidar un detalle crucial: es esa misma potencia la que posibilita los juegos. Son los fríos números los que los alimentan. Y no me refiero solo a que en el fondo Kirby le deba su achuchable y rechoncho aspecto a un shader o a que Super Mario esté hecho de unos y ceros; me refiero a que los posibilitan en sentido literal. A que una tabla de especificaciones más o menos generosa dibuja una línea en la arena. A un lado están los juegos que son posibles. Al otro, los que se quedan fuera.