Análisis de Tekken 8 – Más completo que Street Fighter, más loco que Mortal Kombat

Si andabais buscando pruebas definitivas de que vivimos en una simulación creo que deberíais ver este vídeo en el que Brian Cox explica el lore de Tekken. Para quien no lo conozca, hablamos de un actor casi octogenario al que la consagración definitiva le ha llegado casi al final de su carrera, interpretando al despiadado patriarca de la familia Roy en Succession, el multigalardonado fenómeno de la HBO. La serie, una suerte de shakespeariano juego de tronos neoliberal sobre los herederos de un imperio corporativo y en lo personal el mejor drama televisivo que he disfrutado jamás, es exactamente el tipo de producto prestige que en absoluto esperarías ver asociado con un juego como Tekken, y ahí radica precisamente la genialidad de la acción: suena casi alienígena escuchar al mismísimo Logan Roy explicándote como Heihachi arrojaba a Kazuya de un acantilado, pero en el fondo Succession y Tekken no son realmente tan diferentes. Ambas son historias sobre el poder, sobre la obsesión por conseguirlo, y sobre padres devorando a sus hijos. Sin embargo, lo realmente impresionante del video no es la idea en sí, una obra de arte del marketing digital transmedia, sino que Cox consiga llegar al final del texto sin sonrojarse una sola vez.

Intentemos por un momento ponernos en su lugar. En el lugar de un actor respetado, un tipo que viene del teatro y de la HBO y de interpretar la Ilíada al que le toca leer con la cara recta la historia de una familia de karatekas con poderes mágicos demoníacos que se traicionan quince veces por episodio, y en la que salen androides, ninjas con rastas y quizá demasiados osos panda como para acabar de tomarla en serio. Tekken 8 recoge la historia aquí, en caliente, con un enfrentamiento épico sobre las ruinas humeantes de una calle de Nueva York entre Kazuya y su hijo, Jin, el nieto de Heihachi, en el que ambos se transforman en demonio un número llamativo de veces, y apartir de ahí la cosa no deja de escalar, en intensidad y sobre todo en ausencia absoluta de sentido del ridículo: hay detalles cómicos marca de la casa que permanecen, como el hecho de que todos los personajes hablen en su idioma natal dentro de la misma conversación, pero a nivel de comedia involuntaria lo que más llama la atención sigue siendo la facilidad de la saga para bascular entre los felinos con mallas de lucha libre y los monólogos intensitos sobre el poder. Y esa es la clave: que sigue sin ser involuntaria ni un poco. ¿Por qué toda esta gente se sigue arrojando todo el rato de acantilados? Esa es la pregunta que se hacía con cierta sorna Cox en el vídeo, y la respuesta está justo ahí: en que la primera vez pudo parecer una coincidencia casposa, pero nadie arroja tantas veces a los mismos personajes desde el mismo precipicio si no es a propósito.

En Tekken todo es intencional, todo es una ópera bufa plenamente autoconsciente que se toma demasiado en serio a sí misma sólo en apariencia; solo hasta que entiendes que en Tekken ese es el chiste: la colisión entre la intensidad y el absurdo, y los diálogos sobre la relación entre la paz mundial y el café intercalándose con peleas sobre la superficie de un asteroide y secciones musou en las que manejamos a un boxeador y a un ninja. Y entiendo que tiene su público, pero en mi caso no acaba de funcionar, y no puedo evitar acordarme de Mortal Kombat, y de su manera de navegar por la serie Z y las paridas de campeonato sin sonrojarte en ningún momento. No sé, nunca he entendido los minijuegos de volley playa con osos, pero tampoco me hizo gracia el juego de skate de los periquitos así que supongo que simplemente estoy muerto por dentro.

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