Análisis de Xenoblade Chronicles 3 – El mejor Xenoblade de la historia

“Todo el mundo será tu enemigo, Príncipe con Mil Enemigos, y te matarán si te alcanzan. Pero antes tendrán que atraparte, a ti, que cavas y escuchas y corres, príncipe con la alarma presta. Sé astuto e ingenioso y tu pueblo nunca será destruido.”
– Richard Adams, Watership Down.

Dead Man Walking. Un hombre muerto camina. Si la expresión os suena probablemente seáis aficionados a los dramas carcelarios de producción estadounidense, a las pelis sobre perdedores desechados por la sociedad en los que alguien decide creer y a las llamadas del gobernador segundos sobre la bocina. Hollywood, con su tradicional mezcla de denuncia light y sentido del espectáculo, ha sabido levantar una especie de mística alrededor de lo que de hecho es una de sus mayores vergüenzas nacionales, y eso que el puesto está competido: el asesinato legal decretado por el estado. De entre todas las cosas grotescas que implica la pena de muerte quizá la peor sea su caracter maquinal, calculado y pretendidamente aséptico, y esa fecha y esa hora que convierten a la muerte en un trámite administrativo. Encerrar a un hombre durante años esperando la fecha exacta de su ejecución es de las cosas más deshumanizantes que se me ocurren, seguida de cerca por esa siniestra cantinela que acompaña al reo a cada paso camino al cadalso. Dead Man Walking. Pero en el fondo es la realidad. Cuando conoces el día en que vas a morir, en cierto modo ya has muerto. Aunque Susan Sarandon te esté estrechando la mano.

Y es que la muerte debería ser una incógnita. Esa es la gracia. Nadie querría estar en una discoteca en la que apagan las luces desde el principio, y sin embargo Mio, Mimi para los amigos, jamás ha conocido otra cosa. Tampoco creo que la haya echado de menos, de la misma forma en la que dudo que los ciegos de nacimiento puedan imaginar los colores. Mio nació para combatir, para servir a una causa que nadie se molestó en explicarle, y desde ese momento el reloj y una marca en su piel empezaron a caminar hacia lo inevitable. Si tenía suerte podría vivir diez años, y entonces volver a la madre, a la reina, a un calor que jamás conocería en vida. Pocos lo conseguían. Mio podría vivir diez años, o nueve, o seis, o apenas un par de meses, porque sobrevivir implicaba luchar. Cada día, cada segundo. Porque el mundo era la guerra y la guerra era el mundo, porque ese reloj se alimenta de los caídos del enemigo. Matar para vivir, vivir para acabar muriendo. Ese era el trato, pero Mio quería más. Tras nueve años y casi diez meses en esta tierra, Mio quería seguir viviendo. O quizá solo quería comenzar a hacerlo.

Leer más

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *