Nunca había pensado, hasta que probé Peglin, que los pachinko – un tipo específico de máquina tragaperras japonesa, variante del pinball, en el que la recompensa o ausencia de ella depende de cómo rebote unas pequeñas pelotas de acero en el tablero – podían tener unas interesantes dimensiones mecánicas si las separamos de los elementos relacionados con los juegos de azar. Uno de los méritos del juego es plantear una idea tan compleja de una manera tan sencilla: nuestro personaje, un pequeño goblin, se defiende de los enemigos que encuentra a su paso lanzándoles piedras. De hecho, eso es lo único que nuestro Peglin sabe hacer: lanzar piedras. Según los movimientos que el guijarro haga en el tablero, haremos más o menos daño a los oponentes.