Análisis de South of Midnight – Una aventura de acción mediocre con un envoltorio de lujo

Todo lo que conocemos de Mahalia lo conocemos a través de sus ecos, porque es ahí donde viven las Tejedoras: en el pasado y en los recuerdos. Sabemos que fue una de las primeras, y si estamos atentos aún podemos sentir su presencia alrededor de una rueca abandonada en lo más profundo del bosque. Podemos sentirla encarnarse en una madeja de hilo y memoria, e incluso seguir sus pasos mientras guía a una pareja desesperada y a su pequeño, demasiado joven para entender lo que está pasando pero no para conocer la crueldad del látigo. Quieren escapar, quieren ser libres por fin, y hacerlo implica alcanzar el río; Mahalia les guía sin pedir nada a cambio, les consuela cuando las fuerzas flaquean y detiene sus pasos y los sollozos del chico cuando sobrevivir implica callar. Les guía por el pantano, más allá de la espesura y a través del desfiladero, pero no puede darles alas con las que superar el último escollo, ese abismo impertinente que les separa del río y de la libertad. Pero sí puede pedir ayuda. Tienen que separarse, aunque sea por un momento. Mahalia les jura que volverá, y dedica a la familia una mirada de una ternura infinita justo antes de propulsarse al vacío y cruzar la pared de roca con un tremendo wallride.

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