Análisis de Atomic Heart – Mucho más que un Bioshock soviético

El comienzo de Atomic Heart cuenta bastante más de lo que parece y resulta ser una sutil declaración de intenciones. Un paseo en barca por un canal nos permite para echar un vistazo alrededor y observar su ambientación retrofuturista. Se nos presenta un escenario que se antoja perfecto, con estructuras blanquecinas, destilando pureza, y personas celebrando, con globos, confeti y música a todo trapo. Sin movernos del sitio, se entrevé que todo esto es gracias a los robots, a los cuales vemos barriendo incesantemente el escenario mientras los humanos festejan, remarcando que las máquinas han contribuido a que se alcance ese clima de felicidad y a hacer la vida de los demás mucho más fácil. Uno de ellos ayuda a un matrimonio a llevar las maletas a la habitación, mientras la pareja discute tratando de recordar el código de seguridad. Es 0451, una combinación recurrente en las cajas fuertes de los videojuegos desde que Warren Spector lo pusiera en la primera puerta cerrada del primer nivel de System Shock. Era la clave que utilizaban en las oficinas de Looking Glass Studios, y a su vez era un homenaje a Fahrenheit 451, la legendaria novela distópica de Ray Bradbury. Diría que no he visto ni un solo libro a lo largo de todo el juego.

Es evidente que Mundfish se ha inspirado en multitud de obras de ciencia ficción de distintos géneros para conformar su ucronía soviética. No es la primera vez en la que se recurre a una rebelión de las máquinas para diseñar una historia que nos haga preguntarnos dos veces lo que le vamos a preguntar a Alexa o que miremos con recelo a la tostadora. Obviamente, la aparente felicidad social de la que hablábamos antes dura poco, porque no tardan en surgir los problemas y las máquinas que antes pasaban la escoba alegremente se vuelven hostiles contra cualquier rastro de humanidad. ¿Las razones? Evidentemente hay alguien detrás de todo esto y tendremos que descubrirlo encarnando a P-3, un protagonista descarriado y amnésico que solo tiene la compañía de un guante parlanchín llamado Char-Les. Una conspiración narrativa que, si bien gira demasiado sobre el mismo eje durante toda la obra y puede pecar de evidente, tiene momentos muy inspirados gracias al carisma del dúo protagonista. Y también deja algún que otro retazo de crítica política sutil, pero sin posicionarse demasiado en este aspecto. Tal y como está el panorama, y teniendo en cuenta que son un estudio ruso, casi mejor.

Las comparaciones son odiosas, pero referirse a BioShock es casi inevitable, porque Atomic Heart bebe mucho de la obra creada por Ken Levine, tanto por su ambientación distópica como por su estilo de juego, que combina el poder de las armas de fuego con los poderes especiales. Aquí no tenemos plásmidos, pero el mencionado guante nos incrementa el abanico de opciones a la hora de combatir contra seres de hojalata, aprovechando la tesitura para atacar con la manida pero siempre efectiva telequinesis, golpear con rayos a los enemigos o lanzarles una especie de masa que recuerda al Gloo de Prey, pero un poco menos insípido y práctico. Atomic Heart toma lo mejor de los shooters ambientales y de los immersive sims para ofrecer todo tipo de posibilidades a la hora de plantar cara a los numerosos enemigos que vendrán cortocircuitados hacia nosotros, y aprovechar los entornos del escenario y combinar las posibilidades que tenemos en nuestras manos, nunca mejor dicho, es clave. Es cierto, sin embargo, que puede que os cueste unas horas acostumbraros al ritmo del juego, que tiene un punto de velocidad menor que el de otros shooters como Wolfenstein, Doom o el propio Bioshock.

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