Análisis de Football Manager 2020

Después del mazazo que supuso su fulminante destitución como técnico azulgrana en verano de 2018, y tras rehacer con cierta fortuna su carrera profesional a los mandos del Real Sporting durante el ejercicio siguiente, la temporada 2019-20 enfrentaba al mánager Enrique Alonso con la que era quizá la decisión más importante de su carrera: seguir apostando por la relativa libertad de movimientos que le brindaba la humildad del equipo de sus amores, o aprovechar esta nueva oportunidad del destino para volver a hacer las maletas rumbo a Can Barça, una plaza en la que no se veían con buenos ojos los experimentos ni finalizar octavo en la clasificación. Ingratos.

Dejando de lado las mareantes diferencias en lo tocante a salario se trataba de apuestas radicalmente opuestas en lo económico, y también de dos tipos de fútbol distintos, dos maneras de entender el deporte y la competición; en una mano estaban las estrellas, los anuncios de natillas y una relativa barra libre para irrumpir en el mercado de fichajes como un marinero de servicio, y en la otra el infierno de la segunda división, los patatales infames y también la oportunidad de alcanzar la verdadera gloria llevando al equipo en volandas hacia un futuro en el que esos anuncios los protagonizara un chaval de Langreo. Y por eso la decisión, en el fondo, estaba tomada desde el principio. Habrá quien asegure que pesaron más los colores y quien piense que a Alonso simplemente le va la marcha, pero el 1 de julio amanecía con una firma estampada en un contrato con ribete rojiblanco, y terminaba con la sidra corriendo copiosamente por el empedrado de Cimadevilla.

O quizá fuera simplemente un asunto de filosofía. De sintonía con los principios de la institución, y de una visión de club que ocupaba ahora uno de los puestos más destacados en el interfaz que daba la bienvenida al técnico en su primer día en la oficina. No era exactamente una novedad, porque año tras año las juntas directivas que contrataban los servicios de este ronin del balompié acostumbraban a recibirlo con un pliego de exigencias para la temporada en curso que incluía demandas como acabar en la zona noble de la tabla o no hacer el ridículo en copa, pero esto era diferente. Aquí había ambición, escala, y una perspectiva a largo plazo que marcaba tanto el camino a seguir a cinco años vista como los valores en los que el club no estaba dispuesto a ceder. Restricciones salariales, política de fichajes, asuntos disciplinarios… aquello era una auténtica revolución, y no solo a la hora de operar en el día a día. La visión de club era lo que el juego necesitaba para imprimir de una verdadera personalidad a cada uno de los equipos en liza.

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