Análisis de Sonic Frontiers – Un sandbox de Sonic que -medio- funciona

Para una determinada generación de jugadores, entre los que me incluyo, Sonic es una mascota que jugaba en la misma categoría que Super Mario. Pero el tiempo, incuestionable juez que da y quita razones, ha terminado poniendo a ambos en el lugar que les corresponde, no tanto por su relevancia como estandartes de sus respectivas compañías sino por la contundencia de las obras que han ido protagonizando a lo largo de las décadas: mientras Mario ha gozado de una salud de hierro, Sonic se ha enfrentado a altibajos tan pronunciados como los escenarios de sus aventuras y, debido a ello, hasta sus más acérrimos fans se acercan con una mezcla de inquietud y escepticismo a cada anuncio de una nueva entrega.

Y el mundo abierto de Sonic Frontiers tampoco iba a ser una excepción.

Desarrollado, cómo no, por el Sonic Team, Sonic Frontiers traslada a nuestro erizo favorito – y a sus habituales compañeros de aventuras – al archipiélago de las Starfall Islands tras detectar en él una actividad inusual de las Esmeraldas del Caos. Lo que no se esperan al llegar a la zona es que un vórtice del Ciberespacio intentará absorberlos y solo Sonic será capaz de escapar de la zona por sus propios medios, quedando en sus manos – y en sus zapatillas rojas – la misión de rescatar a sus amigos de ese mundo paralelo en el que han quedado atrapados.

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