De forma similar a lo que ocurría con la primera entrega, Kingdom Come: Deliverance 2 es algo parecido a una navaja suiza: siempre plantea un escenario con una solución aparente o coherente, pero la cual no tiene por qué ser la única alternativa válida – al igual que no siempre tienes por qué usar una cuchilla para abrir una caja de cartón si tienes, por ejemplo, las llaves de casa a mano. Ese espíritu de brillante tosquedad está presente de forma genuina a lo largo de toda la aventura y, aunque puede que al principio nos haga desembocar en gestos de extrañeza, cuando aprendemos y fluimos con la particular forma de comunicación que tiene esta propuesta, nos quedamos con la sensación de que constantemente estamos recibiendo invitaciones para resolver el propósito que nos encomiendan de la forma más ingeniosa posible, una oda al “todo vale” que surte efecto como la poción más efectiva creada en el laboratorio de alquimia… y a la que toca recurrir a menudo durante las decenas y decenas de horas que nos esperan caminando, cabalgando y mordiendo el polvo de los variopintos territorios de la Bohemia del Siglo XV.