Análisis de After Us – El egoísmo del ser humano a corazón abierto

Resulta bastante indignante ver como la sociedad sigue vilipendiando los videojuegos como si fuesen una herramienta peligrosa y no como el ente cultural que son. Hace unos días se hizo viral un hilo en Twitter en el que un ignorante afirmaba que eran una pérdida de tiempo, que no aportaban nada a la vida de nadie y que su existencia era mejor desde que se había alejado de ellos. Un mensaje triste, vacío e irreal que se llenó de respuestas y citados en los que la gente expresaba los beneficios que el entretenimiento digital había aportado en su vida, ejemplos perfectos que responden y dejan sin argumentos la tesis del tipo en cuestión. La mayoría de comentarios se centraban en momentos en los que los videojuegos han ayudado a muchas personas a salir de un momento psicológico delicado, algo que ya de por sí patenta lo importantes que son para la sociedad, pero también se mencionaban obras que van mucho más allá de ser un pasatiempo inocuo para que pasemos el rato de alguna forma mientras esperamos al autobús. Aquí todos sabemos que la gran mayoría de videojuegos no van de salvar el mundo, sino que esconden mensajes o críticas sociales; algunos utilizan para ello la ambigüedad y otros van más de frente. After Us es de estos últimos, y su lectura es tan poderosa que es capaz de partirte el corazón en mil pedazos. De hacerte llorar.

La obra de Piccolo Studios no esconde para nada su mensaje, y desde el primer momento queda claro lo que quiere contarnos: que los humanos somos una plaga y que nos estamos cargando el planeta tan bonito que tenemos por nuestro propio egoísmo, con corporaciones que quieren producir más y más sin pensar en las consecuencias climáticas o ecológicas que tienen sus repulsivos actos. Unos actos que no solo nos afectan a nosotros como especie, sino también, y sin culpa ninguna, a todos los seres y animales con los que muchos se olvidan que cohabitamos, y que generalmente tienen bastante más corazón. After Us nos pone en situación de un futuro que parece utópico, pero que desgraciadamente está más cerca de lo que puede parecer, en el que los últimos animales del planeta han perecido y la Madre Tierra ha gastado la poca energía que le quedaba en conservar sus almas, que han quedado atrapadas en receptáculos. Para salvarlos y tener una segunda oportunidad tendremos que encarnar a Gaia, el espíritu de la vida, convertida en el último brote de esperanza para un mundo que desprende un panorama desolador.

El camino está repleto de un simbolismo representado con delicadeza y con crudeza a partes iguales. La ambientación de la gran mayoría de escenarios apuesta por unos tonos apagados, en los que prácticamente queda la nada; los únicos resquicios de esperanza que quedan son las almas de los animales vagando por el lugar, anhelando encontrar su camino. Los humanos, principales causantes de haber alcanzado esta situación, se representan con cuerpos desnudos, con los ojos vacíos, y dirigiéndose en masa, como borregos, a las garras del capitalismo, únicamente con su propio bienestar en mente.

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