Análisis de Bayonetta 3 – Sí, era posible ir más a tope

Si algo tienen de incómodo los elefantes en la habitación es que ocupan demasiado espacio. Es difícil articular un discurso coherente o establecer un debate enriquecedor alrededor de algo mientras a ese algo le sale un bulto extraño que acapara todas las miradas, y por eso creo que lo mejor para todos será extirparlo de raíz: Bayonetta 3 no ha llegado en un buen momento. Y tiene un regusto amargo decir esto después de llevar tantos años esperando, pero puede que la respuesta esté justo ahí, en los años. En el tiempo que ha pasado desde la Platinum infalible, la de las dos primeras entregas de la bruja, la de Vanquish, la de Wonderful 101, y la que hoy parece arrastrarse por los terrenos de juego donde una vez deslumbró. Dicen los que han visitado sus oficinas que nada más entrar por la puerta un contundente letrero en letras cromadas advierte a los visitantes de que el platino nunca pierde su lustre, y bueno, puede que de un tiempo a esta parte el slogan les quede grande. Y sí, es posible que todo este feo asunto del doblaje y el culebrón con el que nos hemos desayunado cada día durante las últimas dos semanas no haya ayudado, pero que nadie se llame a engaño: lo que ha pasado por agua el estreno de Bayonetta 3 y el cierre de la trilogía no es ningún video viral, ni las declaraciones de Hellena Taylor, ni los desmentidos de Bloomberg, ni siquiera la actitud de Kamiya. El problema de Platinum Games no tiene nada que ver con esto. El problema de Platinum Games se llama Babylon’s Fall.

Y es que es cierto que el platino nunca pierde su lustre, pero no lo pierde por algo. Porque se cuida, porque se pule, porque no se venden sus principios al mejor postor. Lo jodido del prestigio es que se pierde mucho más rápido que se gana, y cuando uno abandona el negocio de la excelencia por el de los sacacuartos apañados de cualquier manera lo normal es que se lo recuerden. Y en esas estábamos, con este resultado en el marcador aterrizaba un proyecto que olía a culminación y a vuelta de honor y a clímax, pero también a development hell y a artículo de Jason Schreier. Una moneda al aire, como cuando nace un Targaryen. Por eso había ilusión, y por eso comencé mi último texto hablando de miedo. Hoy, con el juego recién terminado y la adrenalina impidiéndome conciliar el sueño, me alegra poder decir que Bayonetta 3 es un juego que va sobre viajar entre dimensiones, pero que realmente va sobre un viaje en el tiempo. Concretamente, hasta mediados de 2015. Y no, no lo digo solo por los gráficos. No seáis malos.

Porque Bayonetta 3 es ante todo un regreso, y no solo a momentos y lugares y personajes del pasado de una franquicia a la que se la trae tan floja su propia coherencia interna como cualquier posible acusación de fan service. Let’s dance, boys. No, es algo incluso más importante. Es una dimensión paralela en la que ese declive no sucedió, una línea temporal en la que todo está bien en casa y en la que Platinum sigue siendo el mejor estudio de juegos de acción del mundo. Son Hideki Kamiya y su equipo jugueteando con sus rivales como un gato con su comida, como la propia Bayonetta lanzando besos y balas con la suficiencia de quien sabe que ha ganado antes de empezar. Y es, quizá lo más importante, la franquicia subiendo su propia apuesta. Hay una regla no escrita que dice que cada nueva entrega de Bayonetta debe comenzar más a tope que el cierre de la anterior, algo que demostró con contundencia la Cereza de pelo corto estrenando secuela a lomos de un putísimo F-14 Tomcat. El listón marcaba una altura delirante, y de ahí una segunda punzada de desconfianza, la que llega con una secuencia introductoria que no detallaré pero que parecía apuntar hacia cierta madurez, hacia una Bayonetta más humana y hacia lo jodido que es cargar con el destino del multiverso sobre los hombros. Afortunadamente es un espejismo: un par de minutos después la misma Bayonetta se hace un vestido de cóctel con unas cortinas y procede a empalar a un calamar de doscientos metros con el mirador del Empire State. Ha ido por poco. Estamos salvados.

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