Análisis de Lysfanga: The Time Shift Warrior – Acción, magia y manipulación temporal

De vez en cuando hay alguna que otra experiencia que le pone a uno – y por extensión a sus conocimientos – en su sitio. Tengo grabado a fuego en mi memoria el recuerdo de estar jugando por primera vez a Screamer 2 en casa de un colega y que mi flipe alcanzase cotas jamás alcanzadas por mi cerebro gracias a semejante despliegue de bólidos. Y eso que yo sólo iba a ver cómo era el FIFA 98 en PC. El caso es que, como es lógico, mis primeras incursiones en los circuitos de Screamer 2 fueron un soberano desastre; tanto daba que su espíritu arcade invitase a pisar el acelerador con alegría, mi desconocimiento de los juegos de coches en general y de las mecánicas de Screamer en particular me condujeron a morder el polvo de forma irremediable. Sin embargo, ese mismo desconocimiento me llevó a afirmar, en el preciso instante en el que apareció uno de los tiempos parciales, que “bueno, veinte segundos de diferencia con el primero no es tanto, ¿no?”. Durísimas declaraciones, a día de hoy no me cabe duda, pero en su momento fueron recibidas con una buena dosis de carcajadas y no menos explicaciones sobre la importancia de los segundos en el tiempo del motor. Y es que, pese a que en algunos ámbitos un segundo no tiene la más mínima trascendencia, en otros puede significar la diferencia entre la victoria y la derrota.

Ese es el caso de Lysfanga: The Time Shift Warrior.

En las tierras de Andala, tras la guerra entre los reinos de Mayura y Balara, la tregua parecía surtir efecto. Sin embargo, y en lo que ahora se conoce como La Calamidad, unas espantosas criaturas del inframundo invadieron ambas ciudades obligando a la Reina Qhomera de Mayura a realizar el Ritual de la Ascensión. Convertida en una diosa capaz de manejar el espacio-tiempo, Qhomera aisló Mayura y Balara del resto de Andala y aquellos que pudieron escapar de La Calamidad fundaron el Nuevo Reino. Con él, nació la tradición del Lysfanga, aquél que protege el Nuevo Reino y que termina su encomienda transmitiendo sus poderes y experiencia al recién aparecido en la nueva generación. Pero claro, ni la paz dura para siempre ni los bloqueos temporales sobre las dos ciudades condenadas estaban destinados a aguantar. Para colmo, un único Lysfanga surge por generación, a excepción de esta. Eso es, gemelos. Imë, adepta de la espada, tendrá que afrontar los desafíos que la aguardan sin la ayuda de Kehör, un mago excepcional, que abandonó sus obligaciones sin mediar palabra. Menudo panorama.

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