Mi compañera de redacción Paula comenta mucho cómo este año se han publicado numerosos relanzamientos de títulos que tuvieron un seguimiento de culto pero no fueron aclamados de forma unánime en su lanzamiento: Nier Replicant, El Shaddai o, especialmente relevante para este texto, Shin Megami Tensei 3: Nocturne. Son juegos cuyas virtudes estaban ya presentes en el lanzamiento, como demuestra el apasionado seguimiento que atrajeron, que pueden encontrar una nueva vida al encajar mejor con las expectativas del público actual. Por este motivo tiene especial importancia comprobar que la principal influencia de la quinta entrega numerada de la franquicia de RPG de Atlus ha sido canalizar los elementos que hacían de Nocturne un juego tan único como relevante, actualizando multitud de aspectos y manteniendo su núcleo en el centro de la experiencia.
Shin Megami Tensei V comienza con un breve tramo en un instituto de Tokyo en el que conocemos a los compañeros de clase. La rutina no ocupa ni media hora de la trama; el protagonista se ve sepultado por el derrumbe de un túnel y despierta en el Inframundo. Este lugar, habitado por ángeles y demonios, es un territorio post-apocalíptico en el que los humanos parecen haberse extinguido. Nuestro protagonista sobrevive gracias a la súbita aparición del Protoscuro, un ente con el que se fusiona para dar lugar a un nuevo ser: el Nahobino.