Si hablamos de la obra de Jordan Mechner, a la mayoría de gente se le vendrán a la mente obras tan influyentes como Karateka o Prince of Persia, pero suele ser menos habitual ver mencionado su cuarto juego: The Last Express, publicado en 1997. Esta aventura gráfica, ambientada en el Orient Express a principios del siglo XX, destacaba a nivel visual por el uso de actores reales, incorporados al juego mediante rotoscopia, pero uno de sus mejores trucos estaba en usar el tiempo como herramienta: los personajes se movían a su antojo por los vagones del tren, y si no seguíamos sus rutinas nos podíamos perder momentos clave de la trama. Es una idea genial que, sin embargo, no hemos visto en una gran cantidad de títulos posteriores; el juego que nos ocupa recoge esta mecánica y demuestra cómo, bien empleada, da pie a aventuras geniales.