Cloud conoce a Aeris y la escena es una réplica perfecta, opciones de diálogo incluidas, de la que sucede en el juego original, pero con un pequeño detalle: ella nos entrega una flor y, al recibirla, un confuso Cloud decide ponérsela en la parte frontal del traje, justo donde colisionan su armadura y la cinta que sujeta su espada. Se pasa el resto de ese nivel peleando así, con la flor en el pecho, y me hace sonreír como una tonta durante un montón de rato. Casi diez minutos tapándome disimuladamente la boca con la mano en una sala a oscuras llena de un montón de gente sentada frente a otros televisores, confrontando, también, sus propios recuerdos con las nuevas versiones de ellos que nos proporciona Final Fantasy 7 remake. Qué raro, y qué extraño, y qué bonito vivir este momento.
Como si supiera que nos íbamos a poner así de sentimentales o, más probablemente, entendiendo que la única manera de trasladar este juego al presente es con un remodelado completo de una historia que tiene mucho corazón pero que no lo traslada demasiado bien a la forma, el principal foco de Final Fantasy VII remake es su narrativa. Esto quiere decir que las cinemáticas son más largas, los diálogos están mejor escritos, los personajes plantean mejor su personalidad y sus conflictos desde el primer momento y tenemos toneladas y toneladas de diálogos entre ellos, tanto dentro como fuera del combate, que nos permiten conocerles mejor. Los pequeños detalles, desde el hecho de que las materias equipadas brillan en distintos colores en la espada de Cloud cuando la lleva a la espalda, hasta la cartelería de los escenarios, nos cuentan más sobre su mundo y su universo de lo que podrían hacerlo miles y miles de palabras. Y aunque es cierto que hay alguna que otra escena nueva que no aparecía en el original – «a Nomura se le ha ido un poco la olla», murmuraba algún compañero – los añadidos están colocados con tacto y con el único motivo de añadir algo de conflicto para adaptar la trama al formato episódico de esta nueva entrega.
Con la reinterpretación que se ha hecho de la historia, menos limitaciones de tiempo y recursos y las hechuras de un medio que ha crecido mucho desde el año 1997, experimentar las calles de Midgar y conocer a los miembros de Avalancha es una absoluta maravilla; también lo es hacerlo en un castellano correcto y comprensible, aunque nos de pena despedirnos de alguna de las brillanteces accidentales que tenía la traducción original. Nos queda, por tanto, una única incertidumbre: el combate.