Avance de Nintendo Switch Sports

Sobre el control por movimiento pueden decirse muchas cosas, prácticamente todas son ciertas y la mayoría distan de ser bonitas, pero hay una verdad que nadie en su sano juicio podrá negarle: su capacidad para abrir fronteras y para derribar muros. Cualquiera que haya intentado animar una nochevieja echando un Barça-Madrid con su padre y fracasando miserablemente en el intento reconocerá lo que los sistemas de control modernos han levantado en torno al videojuego mismo, y por eso olvidarse de los sticks, de los bumpers, de las barritas y de los modificadores para el tiro de calidad y simplemente jugar sigue siendo tan liberador hoy como lo era en navidades de 2006. Tomar una espada, o imaginar una espada, y limitarse a zarandearla en el aire tiene algo de puro, de cierto, de real; es algo que cualquiera que haya sido un niño jugando a los samuráis puede comprender, y de ahí la revolución. Las escuelas de negocios hablan de la gestión de Satoru Iwata al frente de la compañía como un ejemplo de libro de lo que se ha dado en llamar Blue Ocean Strategy, esto es, de un crecimiento que toma la innovación como principal motor y amplía su público objetivo para no tener que competir en las aguas teñidas de color rojo sangre del mercado tradicional, pero yo prefiero hablar de inocencia. La de alguien que también veía los videojuegos con los ojos de un niño, y la de una premisa que recuerda a la de aquel chef orondo que nos regaló Pixar: cualquiera puede jugar.

El tiempo, claro, le dio la razón. 82 millones de copias vendidas, más de 100 para el hardware al que sirvió de mascarón de proa, y una histeria global que plantó el monolito blanco de Nintendo y la bandera del videojuego en recepciones de oficinas, en salones de abuelitos y en el metraje de toda la producción de Hollywood de la segunda mitad de la década. En territorios inexplorados que más tarde fuimos cediendo, porque luego llegaron todas esas cosas tan feas: el shovelware, los periféricos delirantes, los clones, los fracasos y la rendición de una tecnología que acabó acompañando a las guitarras de plástico en millones de trasteros a lo largo y ancho del globo. En esas estamos ahora, y por eso, porque ya nos han hecho daño antes, cuesta reprimir cierto puntito cínico cuando te sientas, o más bien te levantas, ante el menú de Nintendo Switch Sports. La sensación, por suerte, dura exactamente lo que tardas en pedir la primera revancha.

Pero empecemos por lo conocido, porque una de las ventajas de suceder a un título como Wii Sports es que absolutamente todos los que estáis leyendo estas líneas habéis jugado al original. La vocación de esta nueva entrega es tan universal como lo era entonces, y por eso es una buena idea que modalidades como el tenis o los bolos no solo se reconozcan de un primer vistazo al selector de deportes, sino que nos hagan sentir en casa. Si no está roto no lo arregles, y desde luego los dos pilares reales del éxito de la Wii no lo estaban en absoluto. De ahí que cueste pedirles novedades, aunque a lo largo de las partidas (pocas para mi gusto, porque lo que a mi me hubiera gustado es desconectar la capturadora, sacar unas birras y olvidar que estábamos en una sesión de prueba oficial de Nintendo) sí se aprecian ciertas mejoras en torno a eso que últimamente llamamos “quality of life”: los bolos, por ejemplo, abandonan los turnos estrictos y ahora permiten emplear todas las pistas de la bolera simultáneamente en su modalidad multijugador, y el esquema de control abandona la necesidad de levantar el dedo del gatillo cuando arrojamos la bola. Por lo demás, y dejando de lado el extra de tensión y de pique que implica lanzar a la vez que tu cuñado cuando un semipleno te aparta de la victoria, el juego se juega como siempre porque en 2006 ya era una traslación perfecta de la realidad. Si acaso, lo que se agradece aquí y en todas las modalidades restantes es el sensible aumento de precisión de unos Joy-Con incomparablemente más precisos que el primer Wiimote, algo que notaremos a la hora de darle rosca a la bola y también cuando toque atreverse con los golpes cortados y demás diabluras que contempla el Tenis, la verdadera killer app del paquete. Es exactamente igual, se juega exactamente igual, y sigue siendo la bomba.

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