Avance de Trials of Mana

Como seguramente habré comentado por aquí en más de un par de ocasiones (con motivo del análisis de su remake, sin ir más lejos), Secret of Mana es mi juego favorito de todos los tiempos. No quiero decir con esto que sea el mejor, porque 1993 nos queda a todos un poco lejos y porque madurar también implica entender que las cosas que te gustaban de crío podrían gustarte solo por eso; que te faltaban los referentes, que entonces todo era nuevo y excitante y genial, y que un JRPG colorista y sencillo, una de esas historias sobre cristales y reinos mágicos y árboles milenarios que la están palmando bastaba más que de sobra para poner tu mundo patas arriba si llegaba en el momento adecuado.

La nostalgia es un arma muy peligrosa cuando uno se dedica a esto, y aunque ahora mismo lo que el corazón me pide es abandonarme a una orgía de halagos y cariñitos mientras me agencio un televisor de tubo en el que enchufar la Super Nintendo, creo que le debo al lector una explicación mínimamente razonada de por qué aquel juego merecía la pena. Y me cuesta. Me cuesta defender su sistema de combate, una interpretación imprecisa y algo inocente del action rpg que ni siquiera contemplaba las diagonales, y lo mismo me sucede con un argumento tópico hasta el sonrojo y un casting de personajes lo suficientemente anodino como para que nadie, ni siquiera yo mismo, recuerde el nombre del protagonista. Secret of Mana hacía aguas en muchos, en demasiados de sus apartados, y si su recuerdo sigue sacándonos una sonrisa la explicación hay que buscarla en el único activo que de verdad resiste al paso del tiempo: su encanto.

Había encanto en sus diseños, en sus sprites, en el arrullo de un río resuelto con un par de píxeles danzarines y en el comportamiento de esos champiñones patizambos que el juego hacía pasar por sus enemigos, y aunque su secuela Trials of Mana (Seiken Densetsu 3 hasta junio del año pasado, fecha en la que el recopilatorio Collection of Mana nos brindaba su primera aparición oficial en territorios occidentales) intentaba arreglar todo lo demás, el resultado era mucho, muchísimo más de lo mismo. Cualquiera que guarde un mínimo cariño al pixel art noventero debería doblar la rodilla ante un juego en el que cada piedra, cada cascada y cada hierbajo meciéndose con el viento representaban lo máximo que la Super Nintendo podía ofrecer, y por eso creo que es importante comenzar dejando esto claro: si había algo reivindicable en Seiken Densetsu 3 era su belleza, y si la intención era salvaguardarla este remake puede considerarse un éxito más que absoluto.

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