Los mejores juegos de este año que no has jugado (III): Spiritfarer

Me encuentro a mí misma rehuyendo constantemente la escritura de cualquier texto relacionado con Spiritfarer, y no sé por qué; me parece casi tonto que, de todos los juegos del mundo, haya sido este indie con un aspecto tan amable el que me haya dejado sin palabras. No sé si es exacto, de hecho, explicarlo así; no es que las palabras no existan, sino que se pierden en algún lado entre que las pienso y quiero escribirlas. Spiritfarer ha sido para mí una especie de gusano mental durante los últimos meses, siempre trabajando un poco en el fondo de mi cabeza, incluso mientras jugaba otras cosas. Incluso mientras leía otras cosas. Incluso mientras vivía otras cosas. Se me ocurre que me ha costado tanto sacar adelante este texto porque escribirlo, enviarlo y publicarlo significaban necesariamente una especie de cierre, algo que no encaja del todo con la que es la temática del juego. El juego tiene final, en el sentido de que en algún momento se acaba y vemos los créditos, pero su mensaje, la idea alrededor de la que orbita, se queda con nosotros para siempre; esto, que puede sonar a ñoñería, es uno de los puntos clave de una de las experiencias jugables más particulares y especiales del año.

Lo que quiero decir es que Spiritfarer es un juego que trata sobre la muerte.

Y no debería ser raro. Muchos videojuegos tratan sobre la muerte. He visto a mis personajes favoritos morir. He visto sesos de enemigos esparcidos por el suelo. He visto cabezas cortadas y niños huérfanos y parejas que se despiden por última vez, y nunca un juego me había hecho pensar tanto sobre la muerte como uno cuyas mecánicas principales son pescar, cocinar, cultivar hortalizas y abrazar a nuestros amigos.

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