
La suspensión de la incredulidad es el acto por el cual el espectador suprime voluntariamente su sentido crítico para aceptar como cierto lo que desde el principio sabe que es falso. Toda ficción es en esencia una representación, un engaño, y sumergirse en ella exige de ese pacto tácito entre el creador y su público, entre quien estipula las reglas particulares de un universo y quien acepta sin reservas que los andenes de una estación puedan transportarte a un colegio privado para hechiceros, que los elfos vivan mil años o que los caballeros jedi puedan chasquear los dedos para convencerte de que esos no son los androides que estás buscando. Sin suspensión de incredulidad no existiría la fantasía, y tampoco la ciencia ficción, pero tres cuartos de lo mismo sucede con esas telecomedias en las que un grupo de treintañeros en paro comparte un piso en Manhattan con vistas a Central Park. Disfrutar de la ficción implica dejarse engañar en mayor o menor medida, y si os estoy contando todo esto es porque Horizon Forbidden West, como lo era la primera entrega en su día, es un juego sobre dinosaurios robot. Y para disfrutar una historia sobre dinosaurios robot hace falta poner mucho de nuestra parte.
Tanto que lo natural es no hacerlo. La premisa de Horizon dista poco de las fantasías de un niño, de los ruidos de explosiones mascullados con la boca y los monigotes de plástico entrechocando a la hora de la merienda, y resulta fácil tomárselo así: con la sana ligereza de quien viene a disfrutar con los graficotes sin prestar demasiada atención al pretexto argumental que sostiene todo este safari biomecánico futurista. Dentro del catálogo de exclusivos de la plataforma Horizon siempre ha partido con cierta desventaja por estos mismos motivos; porque no es, al menos en apariencia, una desoladora reflexión sobre lo más oscuro del alma humana, ni una grandilocuente exploración de la paternidad a través de la mitología nórdica, y porque ni siquiera comparte la festiva verosimilitud de un trasunto de Indiana Jones que caza tesoros por todo el mundo mientras pinta un retrato amable de lo jodido que es hacerse mayor. Son los motivos por los que, lo reconozco, yo mismo me aproximé a esta secuela como a un producto menor. Será un buen juego, como ya lo era el primero. El combate estará mejor, que buena falta le hacía, el espectáculo pirotécnico será de primer nivel, y en cuanto al argumento, pensaba, hará lo que pueda por justificar ese viaje al oeste y ese panteón de IAs con el que una trama que parecía agotada estuvo a punto de perder los papeles en el tercio final del original. Un placer culpable de manual. Un Recomendado de libro. Pocas veces he estado tan satisfecho de equivocarme, y por eso me dispongo a romper una pequeña regla personal: revelar al comienzo del texto la calificación final, un sello que se ha ido tornando en dorado minuto a minuto, hora tras hora, hasta resultar en un Imprescindible contundente e inapelable. Para quien quiera seguir leyendo, a continuación trataré de explicar los motivos.