Análisis de Battletoads

Existen muy pocas cosas más noventeras que las gafas de sol de Rash. Con un diseño anguloso y lleno de aristas y con ese porte desafiante pero sumamente inofensivo que popularizaron iconos del macarrismo de fin de milenio como Johnny Bravo o el muñequito de las camisetas Bad Boy, cualquier utilidad práctica del complemento queda descartada en favor de un único objetivo ulterior: molar. Molar a cualquier precio, molar como sea, molar como se molaba en 1997. Molar bordeando el ridículo pero sin alcanzarlo nunca del todo, quizá la mejor definición posible de una década de despreocupación y relativa bonanza económica que había dejado atrás las hombreras y el kitsch y se permitía acariciar la modernidad con la punta de los dedos; una década en la que Internet, por ejemplo, seguía siendo un fabuloso nuevo horizonte y una promesa en lugar de la grotesca trituradora que hoy conocemos. Más tarde llegarían el cinismo, el maquillaje oscuro y la pornografía de la depresión, y mucho antes de que la crisis del 2008 nos pegara una hostia de esas que te dejan sereno todas estas historias ya las poblaban héroes dolientes y taciturnos, héroes que jamás se pondrían esas gafas de sol. En algún momento tenía que terminar la fiesta.

Y ese es el elefante en la habitación, el interrogante más grande que pende sobre la cabeza de un reboot que busca traer todo esto de vuelta al verano más raro de nuestras vidas: si realmente tiene sentido hacerlo. Si estando como están las cosas, si funcionando como funciona ahora la industria del entretenimiento, un videojuego sobre tres ranas que van en moto y se parten la cara con alienígenas a ritmo de heavy metal puede aportar algo más que la gamberrada y el guiño nostálgico. Y ese es quizá el mayor acierto del juego, el de afrontar esta pregunta de cara, con entereza y agarrando de la pechera a una realidad incómoda que hubiera sido tentador ignorar: que Battletoads, como franquicia, ya no le importa a casi nadie. Que su tiempo pasó, que Michael Bay no les ha producido ninguna película y que su lugar en las tarteras infantiles hace mucho que dejó paso al Fortnite y a las propias Tortugas Ninja. Así arranca una historia ligera, irreverente y cargada de autoconsciencia en la que nuestros protagonistas no buscan salvar la galaxia ni detener los planes de un némesis del que tampoco se acuerda nadie, porque su única meta real es hacerse famosos de nuevo; así arranca un juego que, a fuerza de buenas ideas y honestidad, tan solo intenta plantear si la franquicia merece otra oportunidad. A la vista de lo conseguido, yo digo sí.

Y es precisamente de toda esa autoconsciencia y de la manera en la que el juego saca punta a su propia irrelevancia de donde empiezan a manar las buenas noticias, sostenidas casi todas en torno a una narración que irónicamente entiende más que de sobra los tiempos, las formas y el tipo de subtexto cínico y abiertamente burlón que triunfa en el año de nuestro señor 2020. Así, lo que otros quizá más preocupados en hacer caja de la nostalgia hubieran resuelto mirando exclusivamente al pasado y a los plataformas de entonces, el Battletoads de nuestros días lo resuelve intentando aportar ahora, y estructurando su argumento en torno a una serie animada, exactamente el tipo de serie animada con la que podrías toparte en una plataforma de streaming para acabar comprándote camisetas. Pudiendo fijarse en la NES, en los diálogos resueltos con cuatro cajas de texto y patada a seguir y en los genios malvados que nos anuncian su plan justo antes de hacernos combatir en un ascensor, Rare ha decidido tomar notas de Adult Swim, de Rick y Morty y de su alucinada y en ocasiones inteligentísima manera de deconstruir la ciencia ficción.

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