Desde su nacimiento como popular saga de libros juveniles a su salto al audiovisual, y de ser una popular franquicia en auge a todo un fenómeno multimillonario que se extendía a través de parques de atracciones, videojuegos, contenido digital, merchandising, obras de teatro y alguna que otra secuela que nadie parecía pedir, pero que el público siempre recibía con ilusión y recuerdos de momentos más dulces, la saga Harry Potter ha cambiado notablemente a lo largo de las últimas dos décadas. Inevitablemente, la relación de sus fans con ella también ha ido modulándose con el tiempo. Para quienes crecimos con las aventuras del joven mago y ahora rondamos o sobrepasamos la treintena, Harry Potter puede ser una pieza angular de nuestra infancia que todavía miramos con cariño o un sentimiento bonito que ha ido desvaneciéndose con el tiempo. En cualquier caso, ser fan de Harry Potter en el año 1998 y ser fan de Harry Potter en el año 2023 son fenómenos radicalmente distintos. No es sólo que nosotros hayamos crecido, que también: es que el mundo a nuestro alrededor se ha transformado en más de un sentido. Una mayor sensibilidad al respecto de temas sociales, un aumento de las posibilidades de comunicación y difusión de ideas y un prisma, en general, distinto a la hora de aproximarnos a las obras culturales han hecho que entre la pasión por Harry Potter y algunos de los elementos que componen su universo hayan surgido fricciones que no estaban ahí a simple vista.
En medio de este contexto, Avalanche Software se alía con Warner Bros., actual licenciataria para contenido de entretenimiento de Harry Potter, para lanzar un juego con una ambiciosa premisa: conseguir que nosotros mismos, como personas individuales, nos sintamos parte de Hogwarts y del propio mundo mágico. Que podamos, como quizás soñábamos hace décadas, ser un personaje más en su universo. Hogwarts Legacy parece, a ratos, haber sido creado con la única perspectiva de satisfacer y alimentar las ilusiones de los cientos de chavales que comieron palomitas, inquietos, en las butacas de las salas de cine de todo el mundo en el día del estreno de Harry Potter y el Prisionero de Azkaban. Unas perspectivas y aspiraciones muy ancladas en la inocencia y la dulzura que chocan frontalmente con un ejercicio de nostalgia férreo y calculado que siempre sabe qué teclas apretar para apelar al pasado, a la manera en la que nos sorprendimos aquella vez que descubrimos ese giro de guión o disfrutamos de aquella escena en particular, y al hecho de que nunca volveremos a sentirnos así de nuevo. Es decir: el juego busca operar a través de la premisa de que una vez fuimos niños, pero necesita que seamos adultos, que echemos de menos todas estas sensaciones, para ocupar un lugar en nosotros. Esta promesa de amor y dulzura le funciona, casi siempre, en las cortas distancias, donde consigue sacarnos sonrisas y hacernos sentir cómodos y arropados. El precio para mantener el hechizo a largo plazo es algo más elevado. Lo que Hogwarts Legacy nos propone es la posibilidad de vivir en la saga que nos apasionaba durante todo el tiempo que queramos, pero sólo si somos capaces de acercarnos a ella de una manera o bien acrítica, o bien extraordinariamente inocente.
La aventura de Hogwarts Legacy comienza cuando nuestro personaje descubre que es capaz de percibir una magia antigua que le es ajena a la mayoría de magos. Por una serie de circunstancias, en lugar de descubrir nuestros poderes durante la infancia, como la mayoría de alumnos de Hogwarts, estos han empezado a manifestarse en la adolescencia; por tanto, nos uniremos a la escuela en el quinto curso. Este hecho, y nuestras particulares habilidades, han llamado la atención del Profesor Fig, uno de los responsables de Hogwarts que tiene, además, una relación personal con este tipo de magia arcana, y que sospecha que está relacionada con una revuelta que los duendes están comenzando a organizar contra el mundo mágico. Tras una pequeña introducción a los controles y a nuestros poderes, llegaremos por fin al castillo a introducirnos en nuestra vida estudiantil. No sin antes, claro, enfrentarnos al escrutinio del Sombrero Seleccionador, que nos asignará a una de las cuatro casas del juego. Hogwarts Legacy tiene, veremos muy pronto, una notable repulsión a la idea de inconvenientarnos lo más mínimo, y por ello no quiere arriesgarse, por ejemplo, a decirle a alguien que lleva toda la vida convencido de que es Slytherin que en realidad debería pertenecer a Hufflepuff. Así que sale del entuerto haciéndonos dos preguntas bastante evidentes y, después dejándonos elegir directamente qué color nos representa más. No pasa nada, porque la elección de una casa u otra no afecta básicamente a nada en la trama, pero sí es verdad que un trato tan escueto de uno de los elementos más evocadores e icónicos de la franquicia deja un regusto un poco amargo.