Análisis de Inmortal Realms: Vampire Wars – Un sangriento cóctel de estrategia, RPG, cartas y vampiros

Como buen monstruo clásico que es, el vampiro ha paseado su romántica estampa por las noches bañadas por la luz de la luna bajo las más diversas encarnaciones. Desde sus primeros pasos literarios gracias a la prosa de Bram Stoker hasta el amorío sobrenatural de Crepúsculo, pocos han sido los autores interesados en lo ultraterreno que se han resistido a dar su visión sobre estos seres a veces seductores, a veces horripilantes. De ahí que hayan surgido visiones tan opuestas entre sí como el cómic 30 Días de Oscuridad o, mis favoritas, las múltiples apariciones del mito en Los Simpson. Entre esas animadas recreaciones, destacan escenas como la del Abuelo Simpson volando con toda la indumentaria del Drácula clásico mientras Bart se come despreocupadamente sus cereales o el momento en el que Lisa advierte a toda la familia de que Springfield está asediada por Nosferatu, Das Vampire… Un vampiro, vaya. Ambos segmentos están unidos por el hecho de que parodian el Drácula de Coppola y, además, porque ponen de manifiesto que, a estas alturas del campeonato, las reglas para que algo vaya de vampiros son pocas y muy flexibles.

Después de esta increíble pirueta narrativa que marida Crepúsculo, Coppola y Los Simpson sólo me queda encajar la introducción con el título que trataremos hoy para salir victorioso. Decía, pues, que las reglas para que las obras de ficción traten sobre vampiros son pocas y flexibles y este Inmortal Realms: Vampire Wars es un perfecto ejemplo de ello. Desarrollado por Palindrome Entertainment y distribuido por Kalipso Media, Vampire Wars abre su campaña situándonos en Warmont, reino sobre el que los Dracul llevan gobernando con puño de hierro durante siglos. Pero eso está a punto de cambiar, porque una misteriosa incursión que levanta en armas a parte de su población precipitará una serie de acontecimientos que hará que tres clanes de vampiros, los Dracul, los Nosfernus y los Moroia vuelvan a cruzar sus caminos, y no de forma amistosa, precisamente.

Pero antes de desgranar las mecánicas de este título de estrategia, conviene echar un buen vistazo a su apartado artístico. De entre sus elementos destacan, y de qué manera, todas y cada una de las ilustraciones que aparecen a lo largo del juego. Formando parte de la introducción del juego, como imágenes dinámicas de las cartas que jugaremos a lo largo de nuestras aventuras o incluso apareciendo en algunas cutscenes, todas ellas están fantásticamente realizadas, configurando un diseño homogéneo pero, a su vez, transmitiendo a la perfección las diferencias entre las facciones con sólo observar, por ejemplo, las cartas de las habilidades o los retratos de sus unidades. No obstante, cuando esas unidades y el resto de elementos cobran vida en tres dimensiones, lo hacen con unos modelados que bien podrían encajar en un simpático título de Blizzard si no fuera por el impecable uso del color que se aprecia en todo el título. Y es que los azules, verdes y rojos campan a sus anchas en forma de neblinas, marcadores o contornos para que no se nos olvide que este es un mundo en el que la sangre, la magia y la muerte siempre están presentes. Sin embargo, todos estos parabienes no se pueden aplicar a un apartado sonoro que no pasa de correcto. Complementando la acción con unos efectos adecuados pero sin ser llamativos y una banda sonora en los mismos términos, la peor parte se la lleva un doblaje algo falto de ganas que no invita a involucrarse en los diálogos.

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