
El Pokémon Mundo Misterioso original fue, en su momento, un juego con unas circunstancias muy peculiares. Era el primer spin-off de la saga Pokémon que no trataba de minijuegos, o de dinámicas razonablemente diferentes a los juegos principales de la franquicia. En lugar de ponernos a hacer puzles, jugar al pinball, echar batallas de cartas o fotografiar Pidgeottos, entre otras muchas cosas, Mundo misterioso se planteaba desde el principio como un RPG en el que habitaríamos el mismo universo y pelearíamos y formaríamos nuestro equipo como en cualquier otra entrega. La particularidad, eso sí, era que en lugar de interpretar a un entrenador que tiene por misión hacerse con todos, nos convertiríamos en uno de los Pokémon. Es, además, un rarísimo caso de juego intergeneracional entre una consola portátil y otra, especialmente si tenemos en cuenta las grandísimas diferencias de hardware que hay entre ambas incluso más allá de la potencia. Nintendo aprovechaba su tendencia a hacer dos versiones para hacer una entrega para la Game Boy Advance y otra de Nintendo DS – bajo el subtítulo «equipo de rescate rojo» o «equipo de rescate azul», respectivamente – con toda la parafernalia habitual. Es verdad que la versión para la consola táctil se aprovechaba de sus dos pantallas para hacer ciertas mejoras en la interfaz, pero por lo demás funcionaban como dos ediciones totalmente idénticas.
Me comentaba un compañero el otro día que da la sensación de que cuando a la gente le gusta Pokémon Mundo misterioso siempre es un sentimiento muy potente. Que en general no es que nos agrade sin más, sino que nos flipa, y eso hace muy difícil explicar a los demás cuál es exactamente su encanto. Creo que es cierto y, además, que estas sensaciones tan intensas tienen algo que ver con el propio tratamiento que se le dio al juego desde Nintendo. Cuando ambas entregas salieron al mercado no parecían un pequeño aparte, una excusa para seguir jugando a la saga hasta que esperábamos un título «de verdad»: eran apuestas serias y contundentes por una fórmula diferente.
El remake para Nintendo Switch de los Pokémon Mundo misterioso originales – que de lo que trata este análisis – intenta darle al juego, también, este aura de importancia, de que estamos ante un título a tener en cuenta dentro de la franquicia. Es verdad que ahora no hay dos versiones, sino una sola, pero el mayor cambio no está aquí sino en el apartado artístico. El muy criticado y sencillo pixel art de los juegos originales se transforma en una especie de ilustración onírica sobre papel de acuarela, texturas y trazos muy marcados, colores un poco diluidos y animaciones suaves. Llama poderosamente la atención en un primer vistazo, y también tiene sentido contextualmente: al fin y al cabo, el juego comienza con el protagonista despertándose de un sueño y encontrándose con que, en lugar de ser humano, se ha transformado en un Pokémon. La trama fantástica del juego encaja a la perfección con su apartado visual en esta ocasión, y la única pega que podemos sacarle en ese sentido es que no se ve, para nada, tan bien en el modo TV como en el portátil. Tanto la interfaz como el estilo artístico están claramente pensados para jugarlos en una pantalla más pequeña, y queda un tanto extraño cuando lo sacamos a resoluciones más altas.