Análisis de Predator: Hunting Grounds

A Spider-Man siempre le han perseguido muchos temas: los bajos fondos, Nueva York, la responsabilidad, el crimen… pero también los tótems animalísticos. No en vano, Peter Parker acarrea los poderes proporcionales de una araña y una ingente cantidad de sus enemigos son personificaciones de animales. Así, dentro de esa panoplia de némesis, es normal que destaque por su antigüedad y peligrosidad alguien como Kraven El Cazador. Este descendiente de la nobleza rusa está obsesionado por los rituales que acompañan a la caza y por mantener los valores que cree inherentes a la misma: su nobleza, la comunión del ser humano con la naturaleza y el conocimiento profundo que se obtiene de sí mismo, aunque todo ello no le exime de emplear cócteles de hierbas, redes, rifles y demás artefactos sobre nuestro querido trepamuros. Pero en «La Última Cacería de Kraven» había un elemento que me llamó poderosamente la atención: cuando Spider-Man estaba a punto de ser doblegado, oía unos tambores que le embotaban los sentidos. Yo ya había visto Predator. Y automáticamente sonó en mi cabeza esa ominosa percusión que la acompañaba presagiando rastreo, caza y muerte.

Porque eso es lo que tienen las buenas bandas sonoras, que una vez las escuchas se te quedan igual de grabadas que los encuadres de las películas a las que dan alas con su música. Bueno, eso y que para acomodarlas a, pongamos, un videojuego no necesitas tocar absolutamente nada, solo saber integrarlas. Y en esto en Illfonic han sido listos; la magistral partitura de Alan Silvestri está puesta en los momentos justos para que sepas que hay respeto al material clásico. El tema inmortal asociado al Predator en el menú principal. Los tambores que presagian muerte y condenación al bajar del helicóptero y unas cuantas canciones aquí y allá para que ambienten perfectamente un título que aún podría haber echado un poco más el resto, porque cuando el equipo Voodoo está en el helicóptero a la espera del despliegue se podría haber tirado de Long Tall Sally para que la cosa hubiera sido redonda – máxime cuando se puede ver el radiocassette en la escena que acompaña a cada partida.

Quizá ese pequeño detalle, y no otro, sea la clave de Predator: Hunting Grounds. Pero no nos adelantemos que, como siempre, conviene darle un poco de contexto a la cacería… pero poco, la verdad, porque en este caso Illfonic no se ha roto mucho la cabeza y nos sitúa en un contexto en el que tampoco hay mucho que rascar. En una esquina del cuadrilátero tendremos a los Yautja, los maestros del arte de la caza, los Depredadores. En una eterna búsqueda de presas dignas de sus ancestrales tradiciones, recalan en nuestro planeta, donde unas cuantas facciones se están batiendo el cobre desconocedoras de la que se les viene encima. En la sombra, conspirando y vigilando el desarrollo de los acontecimientos, estará la O.W.L.F. (Other Worldly Life Programs o Programa de Formas de Vida Extraterrestres) que, en cuanto el asunto huela a Predator, asumirá la jurisdicción del asunto y se llevará todas las pruebas a, asumo, alguna base donde el viento da la vuelta y los centinelas te disparan sólo por pasar por allí. Por otro lado tendremos a Stargazer, contratistas gubernamentales que desempeñaron el trabajo de la O.W.L.F. pero que ahora prefieren asesorar a cárteles, guerrillas y demás gente de mal vivir que, por cierto, serán otros de los enemigos de, finalmente, la última pieza del tablero: el Escuadrón Voodoo, que se dedicará a realizar operaciones encubiertas en una jungla llena de amenazas humanas y extraterrestres.

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