Análisis de West of Dead

Recuerdo, hace muchísimos años, coger un número de Punisher y quedarme absolutamente fascinado por su portada. Era una imagen poderosa, llena de contrastes, en la que Frank Castle atravesaba un cementerio de residuos tóxicos acompañado de una espesa nube radiactiva, un esqueleto en postura agonizante y su retorcido sentido de la justicia. El contenido del cómic no era representativo de lo que se anunciaba en la cubierta, pero eso era algo que descubriría más adelante. Su manejo del color negro hacía que lo que en otros autores hubiera sido una innegable falta de definición, aquí supusiese un exquisito manejo de las sombras. Y, finalmente, los demás colores solo hacían que ganar fuerza al recortarse contra esa figura oscura y de ceño fruncido que iba a repartir venganza y balas. La firma del dibujante: Mignola.

Y es que se hace muy cuesta arriba, por no decir imposible, comenzar un texto sobre West Of Dead sin mencionar al autor de, entre otras muchas creaciones, Hellboy, porque el inconfundible trazo de Mike Mignola influencia tanto a este roguelike desarrollado por Upstream Arcade que sus raíces alcanzan aspectos que van más allá de los estrictamente visuales.

Pero veamos cuál es la historia del cowboy antes de ver cuál es el diseño de su poncho. West of Dead nos pone en la piel – es un decir – de un espíritu de calavera llameante que da con sus huesos en un Purgatorio que no tiene nada que envidiar al Lejano Oeste. Nuestro héroe no tiene prácticamente recuerdos y, gracias al camarero del peculiar Saloon que nos recibe, sabemos que un siniestro Predicador impide que todas las almas que rondan por el Purgatorio puedan ir al Este o al Oeste. Esa torva figura nos es extrañamente familiar, así que pronto nos armamos y salimos en su búsqueda para poder enderezar la situación en un lugar que nos es completamente hostil pero en el que, a base de sangre y fuego, podremos ir arrancando pedazos de nuestros recuerdos de las manos de forajidos, monstruos y demás fauna inmunda.

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