Avance de Saints Row

Tras un contratiempo que no viene al caso explicar, nuestro héroe despierta en una cama mugrienta con un solo objetivo resplandeciendo en la interfaz del juego: revuélcate en tu miseria. Entonces llega un doloroso Quick Time Event sobre dar una vuelta y luego otra y luego ponerse la puta almohada en la cara, y finalmente conseguimos alzarnos victoriosos y encaminar nuestros pasos a la cocina en calzoncillos y camiseta, el uniforme oficial de estar en la mierda. Un pie delante del otro, con el corazón lleno de esperanza y la mirada fija en un futuro mejor, alcanzamos el frigorífico para intentar hacernos una tostada o algo, y entonces se desencadena el infierno. El tostador no funciona. Pulsamos una vez, otra, otra más, pero el resorte se niega a hacer click y el birrioso gofre congelado vuelve a asomarse desafiante, acentuando con cada rebote la magnitud de nuestro fracaso. Pero no vamos a rendirnos. Hoy no. Pulsamos una última vez con toda la fuerza que nos queda, y el resorte funciona al final. Victoria. O no, porque cuatro segundos después el mecanismo vuelve a jugárnosla y nuestro patético desayuno describe una parábola perfecta hasta el suelo del recibidor. Es el momento de aceptar nuestro destino. Es el momento de tirarnos en el sofá y comprar cuchillos de la teletienda con el dinero que no tenemos.

Es, os lo aseguro, una escena descacharrante, pero los veteranos de la franquicia podrían echar algo en falta. Concretamente, los cipotes de goma púrpura con los que pegarle a la gente en la cara.

Si he decidido empezar por aquí, por una escena aparentemente intrascendente con la que todos podemos sentirnos identificados, es porque creo que encapsula de manera casi perfecta el giro a la madurez que ha dado no solo la franquicia en este reboot, sino lo que hasta ahora era su punta de lanza: ese humor socarrón, irreverente y a cada entrega más delirante que mezclaba marcianos y dominatrix y que nos permitía curar el cáncer pegándole una patada en los huevos al presidente de Estados Unidos. Un humor basado en las pistolas de dubstep y los gordos en calzoncillos, y una necesidad de diferenciarse de Esa Otra Saga que a partir de la tercera entrega pasó por pisar a fondo todos los aceleradores: armas más locas, chistes más ofensivos, argumentos más aberrantes… y un tono de caca culo pedo pis que funcionó porque todos éramos más jóvenes. Todos hemos sido adolescentes, pero no todos los juegos han distribuido sus kits de prensa acompañados de una polla de goma de metro y medio, quiero decir.

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