Bomberman se merece algo mejor que esta Konami

Bomberman es uno de los selectos integrantes del grupo de personajes de videojuego que no necesitan introducción alguna: su característico diseño y su carácter autoexplicativo – un señor que pone bombas y se llama literalmente «señor que pone bombas» no arriesga mucho, pero tampoco es fácil de olvidar – lo han convertido en un icono pop indiscutible. Sin embargo, también es uno de los ejemplos más evidentes de cómo las sensibilidades respecto a los videojuegos han cambiado en las últimas décadas. Si le preguntase a los lectores cuál fue el último juego de Bomberman que jugaron (o peor aún: cuál fue el último que jugaron y les gustó), seguramente muy pocas respuestas apuntarían a un título de los últimos, digamos, diez años. Quizás sea, entonces, el momento de asimilar que su simpática apariencia, sus dinámicas arcade y la sencillez de su propuesta encajaba con los jugadores de los años noventa, pero no tanto con los de ahora.

O quizás no.

Al menos, yo ya no lo pienso, desde que jugué Super Bomberman R 2.

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