La beta de Overwatch 2 me ha recordado por qué me encantaba Overwatch, y también por qué deje de jugarlo

Ayer terminó la beta PvP de Overwatch 2, un primer contacto – con modos limitados, sin competitivo ni, por supuesto, el modo PvE que se supone que caracterizará al título – a la secuela del megatón de Blizzard que revolucionó los hero shooters en el año 2016.

El plato fuerte de la beta era el mayor cambio mecánico del juego hasta la fecha: pasamos de equipos de seis jugadores a equipos de cinco jugadores. Ahora, cada grupo se compone de un tanque, dos DPS y dos sanadores, sustituyendo la configuración anterior que favorecía, en casi todos los casos, utilizar dos personajes con alta defensa que protegiesen al equipo del daño mientras el resto de personajes hacían mella en las líneas enemigas. Esto, unido al aumento de velocidad de movimiento de los DPS, que ahora tienen una habilidad pasiva que les hace moverse un 10% más rápido, hace que Overwatch 2 sea fundamentalmente un juego más agresivo, en el que se hace más daño y se recibe más daño constantemente.

Sobre las implicaciones de todo esto hablaremos más tarde, pero lo importante es que la primera sensación que se nos queda al jugar a Overwatch 2 es la de que es un juego muy divertido. No es que no supiera esto de antemano – no hace tantos meses de mi última partida al Overwatch original – pero siempre sorprende volver al juego y recordar lo perfectamente engrasada que está su fórmula. Máxime, claro, si encontramos uno o un par de amigos con los que jugar en equipo. Con un poco de distancia es muchísimo más sencillo percibir las sutilezas, la forma en la que cada partida es intuitiva pero compleja; la manera en la que los diseños de los personajes no nos cuentan su historia explícitamente, pero nos evocan tantísimo. Mientras tratábamos de empujar la carga hasta su destino, mi compañero Jaime y yo debatíamos sobre qué decía de nosotros y nuestras personalidades que a ambos nos gustase tanto jugar como Zenyatta. Un personaje del que apenas conocemos un puñado de líneas y una historia desdibujada, pero cuyas mecánicas nos trasladan una personalidad muy concreta y una forma de ser con la que, de alguna manera, nos identificamos. Lo mismo sucede con D. Va, con Ana, con Pharah o con quien quieras elegir; recientemente, he descubierto que me gusta mucho Sigma, y he vuelto a practicar con Tracer. Ponemos un poquito de nosotros en cada héroe, y ellos, con sus pequeños pero consistentes rasgos, nos enseñan cómo jugarlos y cómo debemos comportarnos en el campo de batalla cuando los manejamos.

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