Los mejores juegos de este año que no has jugado (IV): Kentucky Route Zero

Jugamos todo el rato. Nos sumergimos en mil historias. Uno tras otro, encontramos títulos que son capaces de atraparnos y enamorarnos. Y, aun así, no es muy frecuente que encontremos un juego que nos cambie la vida.

Desde que terminé Kentucky Route Zero, en enero de este año 2020, he pensado en él todos los días.

Hace un año, en mi análisis, decía de él que «Kentucky Route Zero es un juego realista porque es un juego que existe, que podemos jugar ahora mismo; Kentucky Route Zero es un juego mágico porque no debería funcionar, pero lo hace.» Casi 365 días después, me resulta imposible no estar de acuerdo conmigo misma. Esta historia, que esconde bajo el disfraz de una aventura gráfica lo que en realidad es una obra de teatro, trata de una carretera misteriosa y las historias de las personas que transitan por ella. Casi todas las ideas que vierte el juego parecen, a priori, malas ideas según los preceptos clásicos del diseño de videojuegos. Por ejemplo, la mayor parte del tiempo la pasaremos leyendo conversaciones. Algunas, las entenderemos perfectamente, y otras se nos quedarán en el fondo de la mente, esperando a tener el contexto necesario para interiorizarlas. En muchas de ellas, escogeremos opciones de diálogo; en casi ninguna servirá de nada. Sin embargo, esta es una de sus grandísimas virtudes. Sin darnos cuenta, empezamos a pensar no cómo si estuviésemos jugando un videojuego, sino como si estuviésemos conversando: no pensando en los inputs y las recompensas, en la sensación que queremos generar en el otro, sino esforzándonos por ser honestos y generar una buena sensación en quien nos escucha.

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