Análisis de Salt & Sacrifice – Nada más clásico que un soulslike 2D en un mundo post-Elden Ring

De cuando en cuando, la aparición de una obra sacude los cimientos del género al que pertenece. Da igual el medio al que nos refiramos, lo importante es que ciertas creaciones marcan un antes y un después a la hora de percibirlo. Pero claro, las industrias no solo se nutren de obras maestras y “tours de force” que desdibujan los límites de la creación a martillazos. Dentro de ellas existen creadores que asisten, atónitos, al nacimiento de un nuevo paradigma en pleno desarrollo de su propia visión. El videojuego, con unos tiempos de desarrollo cada vez más largos, es terreno fértil para estos embates del destino, pudiendo darse la situación de que un creador comience su obra y que, para cuando esta llegue a sus compases finales, otra haya dado un giro de ciento ochenta grados a las sensibilidades y expectativas de los jugadores. Para cuando Salt & Sacrifice ha podido ver la luz, Elden Ring ha vuelto a revolucionar el género que inventó la propia From Software.

Y esto es un problema muy serio, porque Ska Studios demuestra hechuras más que suficientes como para que los aficionados más irredentos del género se interesen por sus producciones.

Salt & Sacrifice es, para aquellos que lo desconozcan, la secuela de Salt & Sanctuary, un potente soulslike en 2D que vió la luz allá por 2016 cuyas virtudes eran la dureza de su exploración, un diseño intencionalmente oscuro y feísta y su nada oculta admiración por la obra de Miyazaki. No pocos años han pasado desde el título original y, sin embargo, gran parte de sus cimientos originales permanecen casi inalterados. Un diseño horroroso en los personajes humanos – que en sus primeros juegos podríamos haber estimado accidental pero al mantenerse en el tiempo casi aseguramos que es intencional – que se alía con unas criaturas tan espeluznantes como impecables, aprovechándose ambos de estar pintadas a mano junto a unos paisajes que evocan a la perfección la caída de un reino a manos de la corrupción mágica.

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