Si estuviera entre la espada y la pared y tuviera que posicionarme, tengo bastante claro que elegiría una consola antes que un PC para jugar. Como llevo haciendo toda la vida, vaya. Sin embargo, eso no quita para que, en ciertas épocas, me haya permitido no pocas incursiones en géneros que por aquel entonces tenían difícil traslado al mando. No quedaba más remedio que pelearse con sistemas operativos, instaladores y drivers del demonio si uno quería despejar mazmorras en el Diablo, conquistar a sangre, fuego y acero los asentamientos de los Orcos en Warcraft o, claro está, aplastar la maquinaria bélica nazi en Commandos: Behind Enemy Lines.