Primeras impresiones de Baldur’s Gate 3 – El juego que debería llamarse Divinity: Original Sin III

Los nombres son importantes. Nos sirven para identificar a personas y lugares, a saber qué esperar de algo. Por eso nos damos tanta prisa en poner nombres a los recién nacidos. En que todo esté asociado a una palabra singular, en cierto modo única, porque eso nos permite medir expectativas, tener recuerdos, asociar conceptos; en resumen, nos facilita la comunicación. Y por eso Baldur’s Gate 3 tiene un problema muy difícil de abordar sobre sus hombros: tras jugar un puñado de horas, se hace raro, incluso impropio, llamarlo Baldur’s Gate.

Si nos atenemos a lo que es el juego en sí, no hay nada discutible. Su combate es profundo y, aunque complejo, muy interesante al estar repleto de interacciones. Sus valores de producción son los propios de cualquier otro AAA actual. Y si nos abstraemos de lo demás, es imposible negar que su historia, con naves espaciales, viajes interdimensionales y body horror (no temáis por spoilers: esto son, literalmente, sus primeros cinco minutos) enganchan por su estilo oscuro, pero con un marcado sentido de la maravilla propio de la fantasía. Esto nos permite perdonar lo increíblemente verde que está el juego, incluso para ser un acceso anticipado, como se puede comprobar en la cantidad de bugs y problemas gráficos que presenta.

Todo esto es lo que cabía esperar de Larian Studios. Cualquiera que haya jugado a Divinity: Original Sin II se sentirá aquí como en casa… y ese es el problema. Que Baldur’s Gate 3 no se siente como una continuación de Baldur’s Gate 2, sino que se siente como una continuación apócrifa de Divinity: Original Sin II.

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